domingo, 20 de octubre de 2013





SIN EQUIPAJE
 
Lo peor no es ser diferente sino tomar consciencia de ello.
 
Y eso era precisamente lo que acababa de pasarle. Niño bonito de familia acomodada, buenos colegios, exquisita educación. Y desde bien joven francés y alemán, y educación bilingüe (inglés lógicamente) combinados con otras actividades lúdicas, artísticas e incluso deportivas. Porque papá y mamá no estaban dispuestos a dejar escapar ninguna de sus habilidades. Quién sabe si bajo su desgarbado aspecto no dormitaba un Billy Elliot.
 
Pero a él no le gustaba nada de eso. Y empezó a fumarse las extraescolares, que le aburrían soberanamente, y a pasar su recién recuperado tiempo libre paseando por las barriadas de la cuidad. Y descubrió un mundo que hasta entonces le habían ocultado. Descubrió la miseria, las gentes bebiendo por las calles, las madres mendigando a las puertas del mercado, el niño agarrado al pecho para conmover al personal… Nada temía porque nadie le había hablado de ese ambiente. Y es por eso que le sorprendían las miradas de asombro de aquéllos que no podían comprender cómo un chaval de otro barrio tenía el valor de pasearse por allí solo, a cualquier hora.
Su presencia se fue haciendo habitual y se convirtió en una parte del paisaje, como las farolas de pantallas reventadas a pedradas, como las papeleras desfondadas, como las chicas que se apostaban al atardecer en las esquinas. Y las gentes lo saludaban al pasar y le sonreían y hasta empezaron a hablarle. Utilizaban palabras que él jamás había escuchado, y le contaban cosas de las que nunca había oído hablar. Y así, poco a poco se fue convirtiendo en parte de esa comunidad extraña y marginal en la que podía refugiarse unas horas cada día para huir de su soledad.
 
Poco tiempo pasó antes de que su familia tuviera conocimiento de que no asistía a una sola de sus actividades vespertinas. No se anduvieron con bromas y contrataron a un agente que lo siguió y le tomó fotografías.  La condena fue inmediata e inapelable: traslado a un colegio británico. Se había terminado la aventura.
 
Hicieron las gestiones en un tiempo récord. Consiguieron que lo aceptaran pese a que el curso estaba a punto de acabar. Aprovecharía las vacaciones de verano para asistir a varios talleres. Con suerte le dejarían venir en Navidad. Era la forma en que sus padres solucionaban todos los problemas.
 
Despuntaba el sol cuando salió de casa en silencio y de puntillas, como los fugitivos. Se fue con lo puesto, unos vaqueros, una camiseta y esas botas a las que su madre tenía tanta manía.
 
No cogió llaves, ni dinero. Ni siquiera su teléfono.
 
No iba a necesitarlos para el viaje que se disponía a realizar.

 


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