SIN
EQUIPAJE
Lo peor
no es ser diferente sino tomar consciencia de ello.
Y eso
era precisamente lo que acababa de pasarle. Niño bonito de familia acomodada,
buenos colegios, exquisita educación. Y desde bien joven francés y alemán, y
educación bilingüe (inglés lógicamente) combinados con otras actividades
lúdicas, artísticas e incluso deportivas. Porque papá y mamá no estaban
dispuestos a dejar escapar ninguna de sus habilidades. Quién sabe si bajo su
desgarbado aspecto no dormitaba un Billy Elliot.
Pero a
él no le gustaba nada de eso. Y empezó a fumarse las extraescolares, que le
aburrían soberanamente, y a pasar su recién recuperado tiempo libre paseando
por las barriadas de la cuidad. Y descubrió un mundo que hasta entonces le
habían ocultado. Descubrió la miseria, las gentes bebiendo por las calles, las
madres mendigando a las puertas del mercado, el niño agarrado al pecho para
conmover al personal… Nada temía porque nadie le había hablado de ese ambiente.
Y es por eso que le sorprendían las miradas de asombro de aquéllos que no
podían comprender cómo un chaval de otro barrio tenía el valor de pasearse por
allí solo, a cualquier hora.
Su
presencia se fue haciendo habitual y se convirtió en una parte del paisaje,
como las farolas de pantallas reventadas a pedradas, como las papeleras
desfondadas, como las chicas que se apostaban al atardecer en las esquinas. Y
las gentes lo saludaban al pasar y le sonreían y hasta empezaron a hablarle.
Utilizaban palabras que él jamás había escuchado, y le contaban cosas de las
que nunca había oído hablar. Y así, poco a poco se fue convirtiendo en parte de
esa comunidad extraña y marginal en la que podía refugiarse unas horas cada día
para huir de su soledad.
Poco
tiempo pasó antes de que su familia tuviera conocimiento de que no asistía a
una sola de sus actividades vespertinas. No se anduvieron con bromas y
contrataron a un agente que lo siguió y le tomó fotografías. La condena fue inmediata e inapelable:
traslado a un colegio británico. Se había terminado la aventura.
Hicieron
las gestiones en un tiempo récord. Consiguieron que lo aceptaran pese a que el
curso estaba a punto de acabar. Aprovecharía las vacaciones de verano para
asistir a varios talleres. Con suerte le dejarían venir en Navidad. Era la
forma en que sus padres solucionaban todos los problemas.
Despuntaba
el sol cuando salió de casa en silencio y de puntillas, como los fugitivos. Se
fue con lo puesto, unos vaqueros, una camiseta y esas botas a las que su madre
tenía tanta manía.
No
cogió llaves, ni dinero. Ni siquiera su teléfono.
No iba
a necesitarlos para el viaje que se disponía a realizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario