LAS
MODERNAS ODISEAS
No es
cierto que la aventura habite solamente en la selva, o en el trópico, o en el
culo del mundo. No es cierto que para vivir emociones fuertes haya que
apuntarse al equipo de “Al filo de lo imposible”. No es cierto que para experimentar
una odisea como la de Homero sea
necesario atravesar una buena parte del planeta.
No. A
veces basta con montar en autobús.
Y es
que sólo los que somos lo bastante pobres como para no poder permitirnos un
billete en el Ave cada vez que tenemos que viajar al quinto pino conocemos lo
que son las emociones fuertes. Ni punto de comparación, oiga, con toda esa
parafernalia aséptica y paranoide de los aeropuertos, donde hasta te pasan un
detector de explosivos por la escayola si viajas con un brazo roto. O con los
andenes de alta velocidad, donde los perros te huelen, los polis te observan y
los detectores te escanean. Y eso por no hablar de la enorme ventaja de que si
vas en bus tú puedes viajar con un
cadáver dentro de la maleta que, mientras lo lleves bien embalsamado y no
tengas la mala folla de que ese día hagan un control de policía, te puedes
recorrer medio continente con el fiambre y aquí no ha pasado nada. Bueno sí,
que te ahorras el ataúd especial y el transporte del finado, que cuestan un ojo
de la cara.
Pero a
lo que iba. Un viaje internacional en autobús le da sopas con honda el
low-cost. Primero porque es más barato, segundo porque no te cobran un riñón si
la maleta no cabe en el cesto para pollos habilitado al efecto y tercero porque
si el chófer se pasa veinte pueblos puedes levantarte y abroncarlo hasta que te
canses o hasta que te amenace con dejarte en la próxima parada. Y es que el
cartelito ese de “prohibido hablar con el conductor” se lo pasa la gente por
debajo del arco del triunfo.
Y luego
ya está el ambiente, la calidad humana… Y es que una travesía de doce horas da
para mucho. Hasta para que te pare la policía, metan al perro en el bus y se
lleven la mochila de un chaval que alucina en colores porque lo más tóxico que
lleva encima es una lata de cocacola. Y es que el pobre can estaría muy puesto
en asuntos de narcotráfico, pero hasta al mejor sabueso le puede traicionar el
instinto si le ponen delante un bocadillo de panceta. Claro que lo mejor es la
cara de gilipollas que se le queda al madero cuando el conductor le dice que a
ver si le dan de comer más a menudo al chucho porque van tres veces en un mes.
Que ya les vale.
Pero lo
cierto es que al final acabas haciendo amigos. A la fuerza pero acabas haciendo
amigos. Sobre todo cuando tu vecino de asiento es un señor que no calla ni
debajo del agua y que además es insomne y fumador compulsivo. Porque esa es
otra: los fumadores que pretenden que el bus pare cada veinte minutos porque
quieren hacer pis y acaban discutiendo con el conductor, que no es tonto y que
se huele la tostada y que insiste en que él no va a hacer más paradas que las
reglamentarias, oséase esas que tiene pactadas con las áreas de servicio donde,
por el mismo precio, te puedes dar un paseo. En realidad es como salir a
estirar las piernas por la Gran Manzana, sólo que en vez de entre rascacielos
paseas entre camiones.
Estas
paradas sirven también para comprobar cómo el ser humano puede aclimatarse a
los ambientes más hostiles. De hecho, cuando tú llevas, qué se yo, nueve horas
en el bus, te has convertido en una especie adaptada al hábitat. Sólo cuando
sales al exterior te das cuenta de que existe una atmósfera paralela a la del
habitáculo en el que hasta hace un minuto dormitabas de lo más tranquila. Y es
que cuarenta personas, algunas descalzas, encerradas durante varias horas en un
recipiente hermético con sus plátanos, sus naranjas, sus cervecitas, sus
bocadillos de chorizo, sus halitosis y sus pequeños gases son la prueba a la
que a mí me gustaría someter a esos sistemas de renovación del aire que llevan
los cohetes de la Nasa.
En fin…
que visto lo visto no entiendo yo cómo a ningún canal televisivo se le ha
ocurrido aún montar un Gran Hermano dentro de un autobús en marcha.
Eso sí,
lleno. Porque los concursantes se iban a dar de tortas para que los nominasen.
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