SOY DE
SABINA
A veces
me pasa. Que lo extraño. Que lo necesito. Que me hace falta escuchar sus
palabras roncas, sus versos descarnados, sus fábulas urbanas, sus cuentos de
princesas metidas a fregonas.
Lo
necesito a veces, como se necesita un trago después de un sobresalto, un
pitillo después de un buen polvo o la reconciliación después de una disputa.
Soy de
Sabina como otros son del Barça o del Madrid. De playa o de montaña. Del pesoe
o del pepé.
Soy de
Sabina pues, por hábito, por tradición y por principios. Soy de Sabina por no
ser de otra cosa. Soy de Sabina por cantante, por golfo y por gañán. Pero sobre
todo por poeta. Soy de Sabina porque me nutre y porque me consuela, porque me
conforta, porque me retrata. Porque me rescata incluso.
Soy de
Sabina porque tiene una canción para cada momento de mi vida. Soy de Sabina
porque se ha hecho viejo, porque ha pasado de la chupa al bombín, del gorgorito
al carraspeo sin despeinarse, sin pedir disculpas. Con una dignidad poco común
en esta mierda de país en la que hay que pedir perdón hasta por sobrevivir al
almanaque sin complejos. Soy de Sabina por aquella noche inolvidable y loca en
que acabé en un descampado, cantando a voz en grito sus canciones con un chaval
al que acababa de conocer y que soñaba con ser artista y al que nunca he vuelto
a ver. Soy de Sabina gracias a las turradas de mi hermano, que me hacía
escuchar una y mil veces las canciones de aquél “Juez y parte” paleolítico. Soy
de Sabina a causa de aquella “Mandrágora” que tantas y tantas vueltas dio en el
giradiscos de mi hermana. Soy de Sabina, finalmente, por propia convicción,
porque es el poeta que me inspira, que me emociona y que me sorprende. Soy de
Sabina por bocazas, por rapsoda, por cuentista, por cronista. Soy de Sabina
porque es capaz de escribir los versos que yo nunca inventaré. Porque ha vivido
mil vidas y las mil las ha cantado. Porque moja su léxico en los clásicos, en
la calle y en los arrabales porteños. Porque no hay palabra mal dicha en sus
canciones. Porque sus historias son reales. Porque habla del amor con una
rudeza brutal y hasta conmovedora. Porque sus canciones siguen haciéndome
llorar aunque las haya escuchado un millón de veces. Porque es, con permiso de
los grandes y para mi gusto, el más lúcido y brillante poeta de estos tiempos.
Soy de Sabina porque sólo hay uno.
Y
porque, después de más de media vida juntos, me sigue enamorando en cada verso.
En fin…
soy de Sabina.
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