¡ATCHÍS!
La infancia de Úrsula estuvo marcada por la alergia. Ésta le provocaba
violentos estornudos que formaban remolinos a su alrededor, asustando a sus
amiguitas y rodeándola de un aura siniestra, como de niña poltergeist.
Tales eran las sacudidas que el alergólogo recomendó colocarle un
collarín con el fin de evitar posibles fracturas cervicales. Tan sólo el día de
su boda accedieron sus padres a retirarle la prótesis, y eso después de haberle
sido administrada una dosis de antihistamínicos capaz de insensibilizar a una
manada de hienas. Sin embargo, en el momento del sí, no se sabe si a causa de
los nervios o del olor a incienso, Úrsula emitió un sísmico estornudo que hizo
que su cabeza saliera despedida hacia el rosetón del crucero, dejando en el altar
su cuerpo junto al atónito novio, los
padrinos y el pajecillo de las arras.
Tardaron más de dos horas en dar con la cabeza, que había perdido un ojo
y los pendientes de la abuela (algo azul y algo prestado) y fue tarea de chinos
reimplantarle la órbita, puesto que a causa del olor de la anestesia, Úrsula no
dejaba de estornudar y el ojo salía despedido de continuo, de modo que el
cirujano resolvió pegárselo al párpado con Loctite.
Así que a la pobre le ha quedado una cara de carpa que da grima. Y todo
por culpa de la alergia.
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