LA FOTO
Se dio
cuenta de pronto, cuando abrió la puerta y la vio, allí, descolorida y tiesa,
esas sonrisas viejas y espantosas, tan naturales en su día pero que ahora se le
antojaban tan ridículas.
Y lo
entendió todo de repente: el cansancio, el desasosiego, la falta de actividad,
y esa barriga que cada día le alejaba un poco más de la punta de sus zapatos.
Entendió su desidia a la hora de arreglarse y esas canas a medio teñir de ella.
Entendió la ausencia de invitaciones de sus amigos, la desilusión y el
aislamiento.
Lo
entendió todo.
Pero la
amaba tanto como el primer día. De modo que, justo después de, ras-ras, rasgar
la foto en cuatro grandes trozos, entró a la cocina donde ella preparaba la
cena, le quitó el delantal, le soltó la melena sacudiéndole el flequillo para
que éste ondease sobre sus cejas como tanto le gustaba y, tras estamparle un
beso de tornillo que estuvo a punto de asfixiarla, la arrastró hacia el sofá de
la sala y le dijo:
“Cariño:
tenemos que hablar”
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