LA TIENDA DE LOS BOTONES
Tres mercerías y dos comercios de tejidos convivían en el espacio que separa la Plaza del Mercado de la de los Fueros. Eran, por orden de recorrido, la perfumería Sagasti, la tienda de los Castillos, las mercerías de Huguet y Álava, una frente a otra, y el establecimiento de Clemos Burgaleta, que vertía su fachada de la calle Muro a Concarera.
Eran tiempos difíciles y alegres. Amazon no estaba ni en la mente de los Julio Verne de la época, las familias eran numerosas y la chavalería heredaba, previamente reformada, la ropa de hermanos, primos y vecinos. Y en cuanto al verbo “tirar”, era un vocablo tabú que no se mencionaba más que en casos in extremis.
Por otra parte, las mujeres no estábamos tan liberadas y lo que las chicas querían, por lo general, era casarse. Y a ser posible con su propio ajuar. Que aunque ahora mismo nos suene un poco a chino, la guerra y la posguerra llevaron a las féminas de viaje hasta medio siglo atrás. Y es por ello que los talleres de modistas eran hervideros de chiquillas que echaban allí la tarde midiendo, haciendo patrones y dándole a la aguja, de modo que los comercios del ramo textil se repartían la clientela sin dificultades y sin darle demasiadas vueltas a eso de la competencia, ya que cada tienda tenía su especialidad: Clemos era más de tela para ropa, los Castillos tocaban textiles del hogar, Sagasti añadía a su oferta de cremalleras y festones una sección de cosmética y Huguet incluía entre su repertorio prendas íntimas.
Y lo de Novedades Álava desde luego que eran los botones. Allí había botones para enterrarse. Y de un montón de clases. Que tú ibas con el pedacito de tela y de repente el mostrador de madera se llenaba de diminutos discos de colores. Y eso era terrible, porque nunca sabías muy bien cuál elegir. Y la señora trataba de orientarte en plan si la prenda era un pantalón o una chaqueta, y si la querías para una ocasión especial. Y si eran de adorno o iban con ojal. Y tú te quedabas mirando el extenso surtido desplegado en el tablero y ponías cara de póker. Y era peor porque la dependienta interpretaba que no te iba ninguno y te sacaba más. Y luego, claro, estaba el precio. Porque unos buenos botones, esos tan bonitos que te gustaron desde que los viste, se te iban del presupuesto de una forma escandalosa. Y lo que te había dado tu madre te alcanzaba tan solo para un puñado de esas piezas anodinas y traslúcidas que llevaba todo el mundo. Y es que, aunque mucha gente se hacía su propia ropa, ahí también se dejaban ver las clases. Y luego ibas al cole y veías a Periquita Pérez con un par de esos inaccesibles botones en los puños del abrigo. Y en la abotonadura principal llevaba los mismos, pero en grande. Y te morías de envidia pero pobre de ti si se te ocurría protestar en casa. Y a través de esos objetos aparentemente insignificantes aprendías una de las lecciones de la vida. Eso antes, mucho antes de llevarles a las Álavas tu primer par de medias para que les cogieran un punto que se había soltado.
Porque así era la vida en esos tiempos.
#SafeCreative Mina Cb
Cuentos, poemas, historias... Soy Inma y os propongo que hagamos un club de cuentistas. Con imaginación. Con ilusión. Con esperanza. Un club donde pasar el tiempo, donde evadirse... Donde jugar a ser otro.
miércoles, 19 de febrero de 2025
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