EN UN PAÍS DE CUENTO

Viviendo en un país de cuento deberían haberse imaginado que eso no iba a poder ser. Pero el amor es lo que tiene, que no entiende de tiempos ni de localizaciones. Simplemente el corazón se alborota y ya no es posible vivir sin el otro. Pero él no era más que un mercader de paso y ella una princesa prometida con un príncipe del vecino reino. Y desobediente además, cosa que disgustaba enormemente a su padre. Es por ello que les aterraba la idea de que él llegase a enterarse. Porque era capaz de encerrarla en la torre más alta del castillo hasta el día de su boda. En ese caso, fantaseaba frente al comerciante, esperaré la llegada del viento del norte y volaré hacia ti. Y yo, le respondía él, te aguardaré con un enorme cazamariposas. Y huiremos juntos a otro continente. Y nunca nadie nos separará.

Se cumplieron, en efecto, los peores pronósticos y el romance fue descubierto por un miembro de la servidumbre que lo comunicó inmediatamente al rey. Este montó en cólera y los amantes fueron de inmediato separados. Él desterrado y ella encerrada bajo siete llaves en el torreón más alto de la fortaleza. Allí fue precisamente donde la joven fue tejiendo un ligero vestido al que añadía en la urdimbre las plumas que los pájaros abandonaban para ella en el alféizar de la ventana de la torre. Y así, un ventoso amanecer del mes de marzo, y ataviada con su mágico traje, pudo deslizarse por el ventanuco al exterior y llegar, empujada por el viento, hasta la más alta loma del país lejano donde la esperaba, alertado por la intensidad de la brisa y agitando en su mano diestra un enorme cazamariposas de seda, el amado mercader con quien se disponía a pasar el resto de sus días.

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Imagen: Mónica Carretero