viernes, 8 de abril de 2022


 

AMOR Y CIRUGÍA

No es que no tuviera virtudes. Es que no era capaz de verlas. De hecho, se quería tan poco que ni se atrevía a mirarse en el espejo tal cual. Y mucho menos a salir a la calle.

No comía para no engordar, se maquillaba como una geisha, se teñía el pelo, se colocaba extensiones, uñas y pestañas postizas, lentillas de colores… Era asidua de gimnasios, centros de estética, clínicas de adelgazamiento… y el sueño de su vida era encontrar un hombre con pasta, aunque fuera descendiente directo de Landrú, para fundirse unos cuantos cientos de millones de euros en silicona y bótox.

De modo que fue rechazando a todos los chicos que se le acercaban hasta que tropezó con el propietario de una importante inmobiliaria que lo primero que hizo fue darle una Visa y compararle un BMW. Y allá que fue con el sueño de su vida, a liposuccionarse y siliconizarse toda en una de las clínicas de más renombre de Madrid.
Volvió a casa convertida en una sirena; feliz con su nueva imagen. Y su marido más, que la llevaba de fiesta en fiesta, exhibiéndola orgulloso a sus clientes, haciendo que a sus amigos se les pusieran los dientes (y lo que no eran los dientes) bien largos.
En aquellos años de ensueño tuvo decenas de amantes; contactaba con ellos a través de Internet y se citaban en hoteles de lujo que ella pagaba. Él quizá lo sospechaba, pero jamás se lo preguntó. Lo que daba a entender que también tendría por ahí sus amiguitas. El dinero entraba a espuertas y ambos lo derrochaban alegremente. Eran ricos y felices. Ella se sentía un poco desdichada en el fondo; la aburría bastante tener que acompañarlo en sus reuniones sociales, pero el que algo quiere algo le cuesta.

De repente todo se vino abajo: las ventas se paralizaron; los inmuebles en construcción no podían terminarse. No había liquidez. Todas las inversiones se fueron al carajo. Había que pagar a los proveedores que habían adelantado el material y no se vendía ni una sola casa. Las reuniones sociales empezaron a celebrarse en los despachos de los abogados, en los juzgados, en las notarías...

Una mañana se despertó y él ya no estaba.

Quiso morirse cuando supo la verdad. Llevaba meses transfiriendo fondos a una cuenta en el extranjero. Incluso había vendido la casa a sin decirle nada. Ella nunca se había preocupado de cubrirse las espaldas... se fundía la pasta y punto.

Encontró trabajo en un bar. De camarera. Uno de sus antiguos pretendientes entró una mañana. Le costó reconocerla. Su miserable sueldo no le daba, como antaño, para tintes y lentillas de colores, y la imposibilidad de reparar los estragos del tiempo y de los vicios con un par de visitas al quirófano por año, o incluso de apuntarse a un gimnasio, la habían convertido en una cuarentona ojerosa, hinchada y de apariencia triste. Le sirvió un café y charlaron un rato. Él le contó que las cosas no le iban del todo mal… había montado una clínica de estética que progresaba, pese a la crisis. De hecho, estaba a punto de trasladarse a un local más grande, en pleno centro. Ella lo ubicó rápidamente; había visto el cartel en la fachada.
Le invitó al café y le deseó suerte. Él, antes de salir, le dio una tarjeta de visita. Ella aprovechó para mirar su mano.

“Sí, lleva anillo- reparó- Pero… ¿Qué demonios?- pensó, guardando la tarjeta- ¡Nada es para siempre!”

#SafeCreative Mina Cb

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