viernes, 25 de febrero de 2022


 

GUERRA

No me seas iluso.

No se van a parar porque tú se lo pidas. Porque llenes Facebook e Instagram de posts contra la guerra no lo van a hacer. Y tú lo sabes. Aunque quizás eso te tranquiliza porque piensas que así estás haciendo algo cuando tú sabes, perdón, ambos sabemos, que a ningún bien nacido le gusta la guerra. A nadie. Ni siquiera a los que las declaran, puesto que ellos no participan en las mismas. Sólo las organizan para su propio beneficio. Se inventan motivos peregrinos que justifiquen la invasión pero todos sabemos que la causa siempre es el dinero. La riqueza. La codicia, que será la perdición de los humanos. No me vale tampoco lo de que todos somos Ucrania. No. Ucrania son los ucranianos. Ellos y nadie más que ellos. Por mucho que ahora mismo nos invada esta ola de solidaridad colectiva, los que se van a comer el marrón van a ser ellos y solamente ellos. Y qué demonios, también eso es lo que esperamos. Porque, por mucho que nos duela, por mucho que protestemos contra la guerra, no podemos ponernos en la piel de quienes la padecen en su terreno. Nosotros hablamos de ello mientras tomamos el café a media mañana. Mientras pagamos la merluza en la pescadería. Mientras, incluso, bromeamos acerca del misil y el fin del mundo. Nos colocamos el pin en la solapa y seguimos con nuestras tres comidas diarias, nuestra cuenta en el banco y nuestros proyectos para las vacaciones próximas. Y lo más importante: convencidos, cada mañana, cuando salimos de casa después del desayuno, de que al final de la jornada volveremos allí sanos y salvos, ya que no vamos a tener la mala suerte de tropezarnos con un tanque, con un francotirador, con un ataque a civiles en cualquier mercado o en cualquier colegio… Y además con la certeza de que, a la vuelta, nuestra casa va a seguir ahí, de que no se va a dar la desafortunada circunstancia de que una bomba le haya caído encima y nos haya dejado, de buenas a primeras, sin un lugar adonde ir. Y entonces tengamos que buscar refugio en cualquiera de esas colas sin fin que se encaminan hacia las fronteras para tropezarse con las alambradas que les impiden abandonar el infierno en que se ha convertido el territorio que hasta hace unos días fue su hogar, y sumarse a la creciente cifra de personas que tratan de entrar de cualquier modo en países que ya están bien jodidos y engrosar las cifras de pobreza y desarraigo de un planeta que, a todos los niveles, va teniendo cada vez un porvenir más negro.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Shamsia Hassani

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