lunes, 7 de septiembre de 2020




ARISTÓTELES Y PLATÓN

Hay por ahí un tío que le tira los tejos a una amiga y que acude con cierta frecuencia al mismo bar que yo. Me gusta ira al garito porque, aparte de que me cae cerca y el camarero es un tío de puta madre, es el típico local al que puedes ir sola y sentarte a leer o a escuchar música sin que te moleste nadie. O sea, ideal para una tía rara como yo.

Pues bien: la otra tarde había quedado con un amigo y al llegar vi al tipo sentado en una mesa. Hice lo preceptivo en estos casos, que es saludar y sonreír, aunque con mascarilla la sonrisa no se vea, para después entrar al bar a pedir mi cervecita, echar una pequeña charla con el dueño y salir con mi vaso, rumbo a una mesa vacía, a disfrutar de la música, excelente siempre, que se escucha desde la terraza mientras esperaba a mi amigo, situación que al pretendiente le debió de parecer oportunísima para hacer méritos de cara a la conquista de mi amiga ya que, aprovechando que pasaba cerca, se me aproximó y me dijo: “Acabo de empezar un libro estupendo. Si quieres, cuando lo lea te lo presto”.

Tengo un buen amigo que sostiene la teoría de “no me des nada a ser que yo te lo pida” y tentada estuve de soltarle la frase al mozo, que me parece, la verdad, y lo conozco poco, un tanto cansino, pero como soy medio educada rechacé su ofrecimiento y continué mi camino hacia la mesa, birra en mano. Al llegar al la misma se me volvió a acercar, esta vez vendiéndome las excelencias de la obra, que era una revisión, me dijo, de textos de Aristóteles y Platón, entre otros. Yo comencé a encenderme y respondí que no me interesa la filosofía. Él replicó que no es filosofía. Yo argumenté que sí es filosofía. Y que no me interesa. Él le echó un ojo a la sinopsis de la contraportada y reconoció que bueno, a lo mejor sí que lo era pero que había empezado a leerlo y estaba bastante bien e insistió en prestármelo. Yo le respondí, ya bastante harta, que no quería que me prestase el libro y que no necesitaba manuales que me enseñasen a analizar la vida, cosa que creo ser capaz de hacer por mí misma. Y que era muy feliz y no me hacía falta cambiar el pensamiento. Se lo solté un poco ya de mala hostia, la verdad, pero es que el hombre se estaba poniendo muy pesado, tanto que estuve por decirle que lo que necesitaba no era que me prestase el libro sino que me dejase en paz. Menos mal que se fue antes de que la frase saliera de mi boca, llevándose a otro lado su libro y sus aspiraciones de cara a la conquista de mi amiga, momento tras el que me repantingué en la silla y le di el primer sorbo a la cerveza mientras arrancaban los inconfundibles compases iniciales de “Brigada”, de los León Benavente. Y cerré los ojos, sonriendo, ya sin mascarilla, y pensando que van a venir Aristóteles o Platón o cualquier cansino histórico a enseñarme a mí cómo se disfruta de la vida.

… A estas alturas.

#SafeCreative Mina Cb

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