FLUVIAL
Creo que con los años estoy pasando de ígnea a a fluvial. Será la madurez, supongo, que va poniendo en calma los instintos y tiende más al flujo que a la chispa, pero el caso es que cada vez me llama más el río, de tal modo que poco a poco se ha ido acentuando la tendencia de acercarme hasta su cauce hasta que, como ahora, ha llegado un momento en que me pasa como al viajero Benjamín, que soñaba con volver para morir en sus orillas.
Y es que en el agua puedo leer a veces las respuestas que mi cerebro no consigue darme. Y entiendo entonces a mi compadre Juani Bones, que quedó desbordado a su llegada por la grandeza de este río nuestro hasta el punto de hacerle una canción. Es curioso que alguien de tan lejos haya tenido que venir a ponerme ante las narices la belleza de algo que he tenido siempre tan presente. Aunque tal vez sea precisamente eso: la constante presencia y, sobre todo, el miedo que desde la infancia acompañaba a la palabra Ebro al llegar el invierno y las crecidas, lo que me había hecho siempre mirar al hacia el río más con respeto que con admiración. Y ahora, ya entrada en años y desaparecida a la amenaza, he aprendido a contemplar con devoción sus aguas, a entretenerme observando la evolución de los peces y el aleteo de los pájaros en las tardes de verano desde el puente. Ahora sé distinguir los azulados reflejos de las alas de las golondrinas del centelleante turquesa del martín. Veo pasar las estaciones contemplando cómo los cormoranes de los meses fríos dan paso a las zancudas garzas y a todo el despliegue de emplumados veraneantes que llenan de vida la superficie de sus aguas. He quitado kilos de basura de su orilla y realizado conjuros en noches de luna llena, sentada ante su espejo mientras un castor se acercaba hasta el lugar, y he llorado a mares sola frente a él cuando la angustia amenazaba con romperme el pecho y nada me quedaba salvo el consuelo de confiar mis secretos a sus aguas y dejar que la corriente se llevara lejos, muy lejos, mi tristeza, segura como estoy de que me guardará el secreto y de que su líquida presencia me seguirá acompañando hasta el día en que los pies no me sostengan o mi corazón se detenga para siempre.
Lo dicho: Soy fluvial.
#SafeCreative Mina Cb
Creo que con los años estoy pasando de ígnea a a fluvial. Será la madurez, supongo, que va poniendo en calma los instintos y tiende más al flujo que a la chispa, pero el caso es que cada vez me llama más el río, de tal modo que poco a poco se ha ido acentuando la tendencia de acercarme hasta su cauce hasta que, como ahora, ha llegado un momento en que me pasa como al viajero Benjamín, que soñaba con volver para morir en sus orillas.
Y es que en el agua puedo leer a veces las respuestas que mi cerebro no consigue darme. Y entiendo entonces a mi compadre Juani Bones, que quedó desbordado a su llegada por la grandeza de este río nuestro hasta el punto de hacerle una canción. Es curioso que alguien de tan lejos haya tenido que venir a ponerme ante las narices la belleza de algo que he tenido siempre tan presente. Aunque tal vez sea precisamente eso: la constante presencia y, sobre todo, el miedo que desde la infancia acompañaba a la palabra Ebro al llegar el invierno y las crecidas, lo que me había hecho siempre mirar al hacia el río más con respeto que con admiración. Y ahora, ya entrada en años y desaparecida a la amenaza, he aprendido a contemplar con devoción sus aguas, a entretenerme observando la evolución de los peces y el aleteo de los pájaros en las tardes de verano desde el puente. Ahora sé distinguir los azulados reflejos de las alas de las golondrinas del centelleante turquesa del martín. Veo pasar las estaciones contemplando cómo los cormoranes de los meses fríos dan paso a las zancudas garzas y a todo el despliegue de emplumados veraneantes que llenan de vida la superficie de sus aguas. He quitado kilos de basura de su orilla y realizado conjuros en noches de luna llena, sentada ante su espejo mientras un castor se acercaba hasta el lugar, y he llorado a mares sola frente a él cuando la angustia amenazaba con romperme el pecho y nada me quedaba salvo el consuelo de confiar mis secretos a sus aguas y dejar que la corriente se llevara lejos, muy lejos, mi tristeza, segura como estoy de que me guardará el secreto y de que su líquida presencia me seguirá acompañando hasta el día en que los pies no me sostengan o mi corazón se detenga para siempre.
Lo dicho: Soy fluvial.
#SafeCreative Mina Cb
No hay comentarios:
Publicar un comentario