miércoles, 8 de julio de 2020




DIEZ DE LA NOCHE


Salgo de currar. Ha sido una tarde horrible, ayer se estropeó el aire acondicionado y hemos estado a 27 grados. Y con la mascarilla puesta, como debe ser en un local cerrado y cara al público. Y yo dándome con un canto en los dientes ya que soy de jornada reducida y la llevo menos horas, pero aún así. De cuatro a diez moviéndote, sudando a chorros y aguantando el tipo. Es lo que tienen las averías, que suceden cuando menos falta hace.

La noche está agradable. Se ha movido cierzo pero mi casa aún es un horno. Me ducho, abro las ventanas y me acerco a un bar de la zona donde suele haber gente conocida. La terraza está llena. Entro a pedir y la peña dentro ya pasa de las mascarillas. El hidrogel sigue allí pero cada vez más arrinconado. Pido, pago, me limpio las manos (lo hago siempre después de manejar dinero) y me voy fuera con mi vaso.

Espero a una amiga que no sé muy bien si llegará pero me da lo mismo. Se está bien ahí, a la fresca y con la cerveza bien tirada, sintiendo el bullicio y observando cómo la clientela disfruta del verano y de la compañía sin echarse los unos encima de los otros. Veo mascotas que van de mano en mano, correas incluidas. Tengo entendido que no transmiten nada pero me da que es desaconsejable tocar bichos ajenos ahora mismo. Y menos aún el asidero de la correa. Lo mismo que dejar que otro te coja el móvil, que también veo que pasa. Se comparten, como siempre, cigarrillos (entiéndase el concepto) que van de boca en boca y algunas personas se abrazan para saludarse. Veo masajes en la espalda, caricias amistosas y algún que otro pico entre colegas. Y de repente me doy cuenta de que, o bien me estoy convirtiendo en una paranoica (podría ser), o bien a la peña se la suda todo, rebrotes y reconfinamientos incluidos. Y me pregunto, bastante indignada, la verdad, qué coño he estado haciendo yo toda la tarde, sudando como una cerda con la puta mascarilla delante de la cara durante seis horas y entendiéndome a gritos con mis compañeras porque con ese chisme ante la boca no hay quien se entere de lo que le cuentan, para llegar, al fin de la jornada, a ver este espectáculo. Y tras entrar el vaso y darle las buenas noches al del bar, que es una gran persona y alguien a quien aprecio mucho, he enfilado el camino a casa pensando que no es el gobierno, ni el virus, ni los chinos.

Es, simplemente, que somos gilipollas.

#SafeCreative Mina Cb

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