CORONANÍCULA
Ha llegado la canícula
y yo ya no puedo más.
Con el kit de la pandemia
se me va el día en sudar:
entre mascarilla, guantes,
hidrogel y metro y medio
antes de que llegue agosto
me habré quedado en los huesos.
Me explico: si vas al banco
y hay cola en el mostrador
lo mismo empiezas la espera
en la calle a pleno sol
y, para cuando te toca
ya no sabes bien si estás
en el Santander Hispano
o en la sauna de un spá,
tanto que cuando te dicen:
“Buenos días, ¿Qué desea?”
tú contestas, sin pensarlo:
“Una jarra de cerveza”.
Y esooooo... si le has entendido
porque, con la mascarilla,
el asunto del lenguaje
no es una cosa sencilla.
Que lo mismo tú le pides
que te dé doscientos euros
y él te hace un plan de pensiones
sin comerlo ni beberlo
y, cuando vas a firmar
te cercioras del error,
te arrancas la mascarilla,
lo miras, y gritas: “¡Noooooo!
Que quiero- sigues, mascando
las letras para que entienda-
doscientos euros para ir
a Zaragoza de tiendas”.
Y se va el mozo al cajón
y te entrega, sonriente,
las perras, mientras te dice:
“Así sí entiendo a la gente”.
De modo que, si esto pasa
en un banco en la ciudad
lo que pasará en la playa
me lo puedo imaginar:
El chiringuito a cien grados,
la peña sin protecciones
y el camarero, imagino,
frito y hasta los cojones
con la mascarilla, el gel
y los guantes todo el rato
y ciscándose en los muertos
de tanto guiri pazguato.
Este verano va a ser,
lo pases donde lo pases
de los que, antes de empezar
debería de acabarse.
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