domingo, 30 de noviembre de 2014



LA NUEVA PIEL

Despertó cansada y dolorida, como si en vez de siete horas durmiendo hubiese pasado cien años anestesiada dentro de un diminuto cubículo, plegada en posición fetal y aprisionada entre los muros de metacrilato, transparentes y ajados como las paredes de las cunas de los hospitales.

Y por primera vez sintió el paso del tiempo por su cuerpo: las doloridas médulas, rebeldes y agotadas de tanto sostener su marcha infatigable, el corazón pidiendo a gritos una cura de reposo, los músculos fofos y atrofiados y el cerebro al ralentí, las viscosas volutas cuarteándose, acartonadas y resecas a causa de un irracional funcionamiento.

Notó al ponerse en pie cómo la estancia giraba en torno a ella, la cabeza siguiendo una trayectoria descendente hasta llegar al suelo y rodar por el parquet ruidosamente para estrellarse al fin contra el marco de la puerta, como sucede a veces en el fútbol. Y sintió como si toda su vida acabase de pasarle por encima aquella noche, un sobrecargado tren de mercancías que le había pegado las vísceras entre ellas, turbia masa informe de plástico derretido que ardía en violentas convulsiones. Y se acercó hasta el baño, las manos tanteando las paredes, donde un vómito imparable y líquido la desgajó por dentro, como un parto tardío y maloliente, arcadas de aprensión y desamparo, liberadora purga que la iba haciendo desprenderse de todos los grilletes que hasta anoche habían comprimido su existencia y agostado su alma. Y esa enorme mochila que poco a poco había ido llenando de angustias y complejos se vació de golpe. Y una vez en pie, los miembros doloridos, lo que encontró frente al espejo ya no fue a ella misma.

Sino a su propio yo.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Rebecca de Cachard

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