viernes, 28 de noviembre de 2014



NOSOTROS

Siempre estuvo ahí. Desde el momento cero. Estuvo ahí incluso desde antes de mi llegada. La previno y la dispuso. La esperó con calma aunque con preocupación, me consta. Me cogía en brazos. Me contaba cuentos. Sobre todo el del lobo y los siete cabritillos. Yo no sé si porque era su favorito o porque era el único que se sabía. Me llevaba de paseo los domingos por la mañana. Me daba vino quinado porque no comía ni para vivir. Y me hablaba de los tiempos de la guerra, cuando compartían los huevos fritos entre seis personas. Y se enfadaba conmigo cuando fui creciendo, montando en cólera a la vista de mi carácter enérgico y un tanto feministorro, preguntándome que de dónde sacaba esas ideas que nadie en casa compartía. Y no le gustaba que fumase. Ni que dijera tacos. Porque eso en una chica no quedaba bien. Aunque estoy convencida de que, de haberle seguido la corriente, él hubiera sido el primero en sorprenderse.

Me enseñó a distinguir un clavo de un tornillo, una hembrilla de una escarpia, un taco Fischer de un Hopama. Me enseñó a clavar, a lijar, a taladrar. Y me regañaba cuando la prisa me encorría y dejaba irregulares las superficies de los listones. Me enseñó a hacer sopas de letras para poder estar tranquilo mientras hacía crucigramas y al poco tiempo tuvo que esconder las revistas de Quiz porque, en cuanto se daba media vuelta, yo las había rellenado enteras. Me enseñó a dibujar a carboncillo. Y me compró libros: una enciclopedia Salvat de cuatro tomos y algunos volúmenes de la colección RTV a través de los cuales descubrí a Calderón, a Bécquer y a Machado. Y me dejó, al final y tras muchas discusiones, llegar a ser como a mí me pareciera: tener ideas propias y cometer errores. Me enseñó a vivir, en suma.

Que no es poco…

Un día empezó a hacer cosas raras. Cosas de viejo. Cosas… Esas cosas que parecen tonterías hasta que dejan de parecerlo. Y que nos anuncian que el telón está empezando a descender. Y que ha llegado el momento de valorar todas las enseñanzas recibidas. Y de hacer balance. Y de saldar las deudas contraídas. Y de nuevo reaparece el nosotros: esa primera persona del plural que dejamos atrás el día que metimos en cajas nuestras escasas propiedades, cargamos un furgón y pusimos tierra de por medio. Y los papeles se invierten, y somos nosotros quienes hemos de armarnos de paciencia para que estos niños no se nos escapen de las manos, y den con sus gastados huesos en el suelo. Y somos nosotros quienes hemos de tomar sus manos cuando tienen miedo, o secarles el sudor en el verano, o embadurnarlos de repelente para que no les piquen los mosquitos. Y todo siendo conscientes de que nuestros desvelos no van a salvar su vida. Ni a fortalecer su carácter. Ni a hacerlos más sabios.
Simplemente van a ayudarles a cruzar la puerta, a atravesar con dignidad el último tramo del camino. Y es que, de la misma manera que ellos nos enseñaron a vivir, a nosotros nos queda el dulce y doloroso trabajo de depositarlos amorosamente sobre el temido e ineludible regazo de la muerte.

Que no es poco…

#SafeCreative Mina Cb

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