jueves, 17 de julio de 2014



GOZOS Y ABANICOS (LA FE Y LA FIESTA)

El bochorno enturbia la tarde que se va escapando entre las grietas de los adoquines recalentados por el monóxido y el sol. El día ha sido largo y sofocante, mañana de trabajo y tarde de piscina. Se hace largo el recorrido por las calles del centro, hinchadas las piernas a causa del calor de la jornada. Apetece poco ponerse en movimiento, pero hay esfuerzos que, como París, bien valen una misa.

El templo está oscuro y fresco. Huele a incienso y a albahaca, y flota en el aire el vapor de todos los perfumes que se mezclan: jazmines y patchulis, maderas de oriente, fragancias dulzonas, olores infantiles, esencias de vainilla y de lavanda… se agitan y se elevan, revolotean, dulces y afrutados, enredándose entre los brazos de las lámparas, introduciéndose en las grietas de las piedras, impregnando los sólidos sillares con su frescura evanescente, inaudibles sus vaivenes, silenciados por el sonido de los abanicos y el murmullo de las gentes, endomingadas y solemnes, que se amontonan en el templo, expectantes, un año más, soportando con estoicismo toda la retahíla de plegarias, salves y demás jaculatorias que los fieles recitan mecánicamente, como un mantra que no sirve sino de entrenamiento, de prueba de fuego que los asistentes han de superar para alcanzar el premio.

Es el primer día. El altar mayor ha sido cuidadosamente engalanado y la patrona viste un manto de fiesta. Al fin se apagan las voces del deán y de los fieles y el silencio se apodera del templo. Hasta las losas enmudecen, impacientes, cuando las primeras notas del órgano se adueñan de la inmensa nave y nos rompen en dos el corazón. No son violines ni cantos: es el sonido del cierzo, del agua del Ebro deslizándose furiosa bajo el puente, de la lluvia de invierno azotando los montes de Canraso, del rumor de las voces que inunda la plaza en las noches de verano, de las campanas que redoblan en el mediodía del veintiséis de julio, del puro del volatín rasgando la tristeza de la semana santa… No son plegarias ni salves: es la memoria de un pueblo que cada año renueva, más que su fe, su cultura; que utiliza este rito y otros muchos que lo seguirán en días posteriores para afianzar sus raíces, para hundir un poco más bajo la tierra esos lazos invisibles y sagrados que nos unen con el río, que nos atan a esas corrientes que circulan, silenciosas y frescas, bajo el suelo del templo imponente en el que distintas gentes con el mismo corazón se llevan congregando desde hace siglos. No es la fiesta, ni la virgen, ni los músicos. Es nuestra historia. Es la cita anual con nuestro patrimonio, con esas tradiciones que nos hacen únicos. Y sin las cuales no seríamos los mismos.

Cierro los ojos y me dejo llevar, una vez más, por las envolventes notas del órgano, por los dulces compases del violín. Y ya suenan las voces en mi interior incluso antes de haberlas escuchado. Y la cabeza se me va de un lado a otro, siguiendo el ritmo mientras canturreo suavemente. Y el perfume de la albahaca y de los cirios se me mete hasta los tuétanos. Y siento las lágrimas que acuden a mis ojos. Y el vello se me eriza… Y me siento a la vez Ebro y bochorno, cierzo y Mejana, Bardena y lluvia.

Y sé que soy de aquí.

#SafeCreative Mina Cb

2 comentarios:

  1. Lástima que hay que gente que acude no a oír el Ebro, el órgano, los violines o los cánticos, o incluso los rezos, sino a comentar cualquier cosa que sería mejor hacerlo en la calle.Un abrazo desde mi mejana

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  2. Huy... para eso tengo otra preparada

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