sábado, 12 de noviembre de 2022


 

HIPPIES

Digamos que soy una de esas personas en las que el personal de seguridad “repara”. Quiero decir que soy de las que atascan las colas en los controles de seguridad del AVE, de las que son invitadas a abrir la maleta y sometidas a controles anti estupefacientes en los aeropuertos y de las que la policía simplemente mira mal o directamente intercepta para pedir la documentación cuando están jugando en un columpio sin meterse con nadie.

El otro día lo comentaba ante un grupo de parroquianos, todos de dudosa catadura en lo que a la apariencia se refiere. Decía, algo indignada, que no sé por qué, cuando voy con amigas, siempre tienen que pararme a mí en el control mientras las otras se parten de risa al otro lado de la barrera viendo cómo empiezo a sacar cosas del bolso y la maleta. Claro que nunca me encuentran nada porque yo toda la droga que he consumido en mi vida han sido un par de caladas a sendos porros y en ambos casos me sentó fatal. “Es que tienes pinta de hippie”, me dijo un amigo, gitano, que es como lo del dicho de la sartén al cazo. Y debe de ser eso porque todos asintieron. Y la verdad es que me cago un poco en todo lo barrido porque a mí estas pintas de hippie me cuestan mis buenas pateadas por mercadillos y tiendas para gente quinqui. Que cuando necesito renovar el vestuario y se me ocurre poner los pies en el Strafalarius yo creo que las dependientas se echan a temblar.
Porque desde que se impuso la moda poligonera cada vez es más difícil mantener el look. Eso y lo de que ahora cualquiera quiera ser hippie nos lo pone muy difícil a los que llevamos a Joan Báez pegada al corazón. De hecho, este verano anduve tonteando con un tipo que tenía varios pisos y decía que quería ser hippie, como yo, mientras lucía en la muñeca uno de esos relojes que te controlan los pasos, las pulsaciones, las horas de sueño y la ingestión de calorías. Y yo le dije que para ser hippie lo primero que tenía que hacer era machacar ese chisme y luego tirado a la basura. Que venderlo no servía porque es de capitalistas y quemarlo tampoco porque atenta contra el medio ambiente. Por no hablar del asunto inmobiliario. De modo que el tonteo se acabó rápidamente porque a él, de la filosofía hippie, lo que más le iba era lo del amor libre y yo estoy un poco harta de los tríos y demás figuras geométricas. Aparte de que los cuernos ya sólo los uso en Navidad y en el trabajo y son de reno.

Y luego, por otra parte, están los hippies auténticos que, por circunstancias de la vida, se tropiezan con personas contrarias a su espíritu por las que se dejan influir y acaban exhibiendo un look ambiguo, como de pijo mal asesorado. Que ahí también tengo un amigo que le pasa, que cuando estás con él puedes saber sin preguntarle si la ropa se la ha comprado solo o fue a la tienda con la novia. Pero vamos, que en realidad no engaña a nadie, porque cada vez que quedamos para dar una vuelta y nos topamos con la policía lo primero que hacemos es echarnos la mano a la cartera porque nos van a pedir la documentación seguro.

Que eso con su chica fijo que no le pasa.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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