jueves, 10 de noviembre de 2022


 

CITAS CON PERRO

Empezaré recomendándoos que no leíais este texto si tenéis pareja. O sí, que cada vez se llevan más el poliamor y esas relaciones abiertas en que uno hace lo que le sale de las narices mientras que el otro traga porque si no lo dejan.

Y es que el aviso viene porque esta historia va de aplicaciones de ligar. Igual me da el Tinder que el Tonder, que diría mi madre, porque todas son iguales. Pongo la mejor foto (cómo será la peor…) de cabecera y luego ya otras de relleno. En la de cabecera a veces salgo con varios amigos (as, es, is, us...) para que veas que soy un tío sociable y no te des mucha cuenta de que soy el feo. En la otra salgo con mi padre, que está en la residencia con un pie en cada sitio, para que veas que no soy alguien que abandone a sus mayores, y en la siguiente salgo con mis hijos (as, es, is, us...) para que compruebes que soy un padre responsable. Y ya, si tengo más fondo gráfico, te enseño el coche, la moto y el espejo del baño.

Y el perro (a, os, as...)

Y pongo lo del perro aparte porque, si se dan las circunstancias propicias para que el encuentro se produzca, el candidato a ocupar tu corazón, mas tarde o más temprano, va a formular la pregunta:

¿Te importa que lleve al perro?

Que puedes estar segura de que el padre se va a quedar en la residencia, los amigos en el bar y los hijos jugando a la play, pero lo del perro es otro tema. Quiero decir que a nadie se le ocurre (o sí, no me ha tocado pero tiempo al tiempo) acudir a una primera cita con el abuelo con parkinson en la silla de ruedas, o con el niño de seis años al que la orientadora ha dejado por imposible en el colegio, o incluso con el amigo depresivo que amenaza con el bote de pastillas en cuanto no le contestas a un watshapp. No. No se les lleva. Y aparte, y en caso de que eso sucediera, el abuelo no va a vivir siempre, el niño crecerá y el amigo se pondrá en terapia o se echará una novia con complejo de Madre Teresa (eso merece otro relato) y al final os dejarán en paz. Pero el perro no. El perro va a estar ahí siempre. Y esa primera cita, que debería ser una toma de contacto en plan qué te gusta y cómo eres y qué planes tienes para el futuro (aunque sea el inmediato o sea esta misma noche), se va a convertir en una meticulosa vigilancia de Chuchi, un mastín español de 80 kilos que puesto en pie abulta lo que tú y que tiene una mala baba de flipar. Y claro, aunque el chaval es mono, culto, inquieto y encantador, tú intentas imaginarte lo que va a suponer compartirlo con Chuchi, que ya se te ha tirado a la yugular cuando os habéis saludado con dos besos y te dices que ni hablar de los nihablares, que a ti el sofá no te lo destrozaba más que tu gato y está muerto. Y una vez que os habéis tomado la cervecita en la terraza cuqui, te levantas, te arreglas el vestido y te despides de Brad Pitt diciendo adiós con la manita mientras emprendes el camino hacia el bar de al lado de casa, donde te esperan tu camarero psiquiatra, tu canción favorita y, sobre todo, esa jarra de cerveza helada en la que ahogas, una vez más, la amarga sombra de tu perra suerte en el amor.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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