martes, 31 de mayo de 2022


 

MI BOTELLA PÚRPURA

Me gusta el verano por la sociabilidad. Por la mucha luz y por la poca ropa. Por lo que tiene de aventura pasajera y porque le da un carpetazo a la fría grisura del invierno. Que no es que el invierno no me guste pero no es lo mismo. Quiero decir que al final del estío me calzo con gusto las mullidas botas y esbozo una sonrisa cuando el espejo me devuelve mi imagen envuelta en el abrigo. Pero no es lo mismo. No sé; para mí, la llegada del frío tiene como un algo de velo de misa de los de antes; como de saber lo que hay debajo pero tener la certeza de que no va a ser posible verlo de momento. Y con esa sensación precisamente acepté el pasado otoño el regalo de mi amigo Kule, el camarero. Andaba trasteando por el bar, enfrascado en una de esas limpiezas que acomete de vez de cuando, vaciando la cámara de botellas de esas que sólo tienen un culín y la sacó. Cuando vio mi expresión me miró con esa picardía con que sólo te miran los que te conocen bien y me la puso delante. Me quedé contemplándola, codiciosa al tiempo que indecisa, pensando (ahí está siempre me sentido práctico) en si podría servirme para algo o más bien acabaría engrosando el contenido del cajón de los trastos inútiles. Y me acordé entonces del agua con limón que me gusta tener en verano en la nevera y que es, por encima de la cerveza incluso, el más sabroso regalo que se puede ofrecer al paladar cuando una llega de la calle muerta de sed y de calor. Y finalmente cogí la botella, me la llevé a casa, la llené de agua caliente, la lavé bien por fuera y la guardé en el cajón, donde podía verla asomar de vez en cuando entre el trasiego de sartenes y cazuelas. Y de ahí precisamente la rescaté, jubilosa, el otro día, para ponerla bajo el grifo, echarle un chorro de limón exprimido y después meterla a la nevera, en cuyo interior me espera, brillante y luminosa, cada vez que llego de la calle muerta de sed y de calor.

#SafeCreative Mina Cb 

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