LA ROSA DE SAINT EXUPÉRY
Le ocultó sus sentimientos porque se olió desde el principio que no era una de esas tipas que te ponen fácil lo del compromiso, así que se hizo el desapegado y la invitó a jugar al juego de la seducción, que es algo que le gusta a todo el mundo, estableciendo con ella una de esas idílicas relaciones de las que a todo el mundo le gustaría tener, esto es, todo de lo bueno y nada de lo malo.
Y, para su sorpresa, la cosa funcionaba no bien sino mejor. Tanto que aquella historia simple se convirtió en LA historia, con mayúsculas. Un amor sin papeles ni promesas que al final una noche, tumbado junto a ella y sabiendo que no dormía aunque lo pareciera, se le salió del pecho y le confesó que la quería porque el momento era el idóneo, ya que las palabras te quiero no se pueden pronunciar a tumba abierta ante según que personas, pues si las dices, el otro se siente intimidado porque sabe que que alguien te quiera es, como el Principito le hacía ver a la Rosa, una enorme responsabilidad, ya que vas a influir en él quieras o no. Por eso sólo se lo dijo entonces, cuando estaba seguro de no ir a convertirse en una carga. Y ella, aunque dormida, se estremeció y él se dio cuenta. Y por ello tal vez se fue atreviendo a repetírselo de vez en cuando, hasta que acaso esa frase a ella le fue pesando lo mismo que las nubes en días de tormenta, y al cabo de algún tiempo, lo que antes le gustaba dejó de apetecerle sin motivo alguno.
Y él nada pudo hacer.
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