CUENTOS QUE SE TERMINAN
A lo largo de la existencia, cada persona va conociendo lugares que acaban por conformar su paisaje emocional: las tiendas de ultramarinos de la infancia, las aulas en las que pasó tal o cual curso, los espacios domésticos en los que vivió ciertos momentos...
Y los bares.
Porque los bares son, desde la adolescencia, el lugar en donde lo hemos descubierto todo, donde hemos aprendido a socializar con personas a las que no hubiéramos encontrado en otra parte y donde, afectados a veces por los efectos del alcohol, hemos dejado atrás nuestros complejos y nos hemos atrevido a ser nosotros mismos. Y por eso es tan triste que echen la persiana. Porque cuando eso sucede nos quedamos desvalidos y necesitamos encontrar otro espacio como ese, con esa luz y esa música y esa clientela... y ya nunca lo hay, puesto que la vida es una carrera en la que jamás se retrocede.
Y así vamos quemando etapas y viendo cómo todo queda atrás y cómo esas calles que en su día fueron zonas de fiesta se convierten en pasillos desiertos salpicados de verjas oxidadas que nos encogen el alma cuando transitamos por ellos. Y el tiempo corre y nos hacemos mayores y ya no vamos encajando en casi ninguna parte, salvo en aquél tugurio de siempre en el que todavía la misma camarera nos mira desde el otro lado de la barra, entre malcarada y sonriente, y nos pone la cerveza sin que se la tengamos que pedir. Y allí echamos las horas, charlando con los pocos renegados que se resisten a integrarse en el ejército de la madurez aburrida y responsable y la rutina de la cena con amigos y el café en una terraza de la plaza. Hasta que llega un día en que la chica del otro lado de la barra te confirma lo que ya esperabas. Y de repente se te caen encima y de golpe los cincuentaytantos, y lo comentas con la gente joven, que también lo siente pero no como tú. Porque para ellos éste sólo será un garito más de los que cierren. Puede que especial, pero uno más. Sin embargo para ti es el último. Ya nada de lo que puedas encontrar será lo mismo porque no estará la misma gente ni te sentirás en casa ni podrás cantar a voz en grito, un viernes a las tantas, casi todo el Rock and Ríos con un amigo que se ha dado cuenta de que estabas depre y te lo está tocando a la guitarra. Ya no te llamarán piojosa ni podrás dejar la chupa nueva tirada en cualquier parte con la seguridad de que nadie te la robará, ni echarás más noches en la calle, de tertulia en esa fila de sillas que se monta enfrente de la puerta, mientras los gatos deambulan por el tejadillo.
Y es que hay persianas que, al caer, nos dejan como huérfanos.
#SafeCreative Mina Cb
Nota: Tienes hasta mañana para pasar y decirle lo feliz que te ha hecho. Luego ya no se vale. 😜
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