“DÉJÀ VUE”
Me despierto fatigada y con ojeras. Me da que hoy va a ser uno de esos días de mierda. Abro la nevera y pienso que en vez de desayunar me tomaría una cerveza y otra y otra hasta caer rendida. Empiezo a llorar tontamente. Intento controlarlo pero no puedo parar y al final en vez de desayunar me derrumbo en el sofá. Me ha escrito una amiga que sabe que estos días ando chunga. Menos mal que existen los amigos en estas situaciones. Me dice lo de siempre, que me anime, que tampoco es para tanto, que me haga algo rico de comer... Pero yo lo único que quiero es ver de sol. Y escuchar a los pájaros. Y al fin me pongo música. Cuando el confinamiento comenzó decidí bailar para sustituir el ejercicio de los paseos. Hay días que me anima y otras que no, que lo hago mecánicamente esperando a que se pase el tiempo estipulado. No es como salir pero al menos ocupo un par de horas de la jornada. Eso, escribir, leer y ver la tele, que siempre es una mierda, incluso la de pago. Llega la hora de preparar la comida y de comer y después al trabajo. Desde hace días hago trampas y doy un pequeño rodeo. A cambio, si tengo que tirar la basura lo hago al mismo tiempo para no salir más que una vez. Cuando llego al curro toca el ritual de siempre. Tirar de las manillas protegiéndome los dedos con la ropa, encender los interruptores con el codo y al llegar a los vestuarios lavarme las manos antes de cambiarme. Uniforme y mascarilla y otra vez a lavarme las manos. Guantes y desinfectante a todas horas. Y la pantalla, que no sé quién fue el alma caritativa que la hizo. Una mañana las trajeron los de Protección Civil, son una donación de alguien que le robó horas al descanso para hacerlas. Que, por cierto, si me lee, le quiero dar las gracias desde aquí, ya que gracias a ella me enfrento más tranquila con esta pesadilla: irresponsables que vienen veinte veces a por veinte, inmortales que se niegan a utilizar el gel, gente que está cuidando de sus mayores y les hace la compra... Pocos clientes, en general ataviados como para una catástrofe nuclear y con rostros siempre graves. Cómo echo de menos las sonrisas. Distancias de seguridad que todo el mundo cumple escrupulosamente porque sabe lo que nos jugamos. A la hora del descanso no hay un bar para echar un café. Y no puedo salir a la calle a respirar porque siempre hay un vecino que llama a los munipas. Eso sí, a las ocho, cuando saco la basura al cierre, están todos aplaudiendo en el balcón. Y luego de vuelta a casa en vez de por lo viejo me voy por Ribotas y así por lo menos veo naturaleza. El otro día vi una mariposa y fue genial. Hoy el río está tranquilo y la isleta llena de pájaros. El atardecer es precioso y rompo a llorar una vez más. Cuando voy llegando al puente una moto se detiene tras de mí. Es un municipal que me da el alto. Me conoce, y al ver que voy llorando como una magdalena (me he de girar de golpe y no tengo tiempo de recomponerme) se enrolla e intenta darme ánimos. Yo le digo que me parte el alma ver ese paisaje y no poder disfrutarlo y él me dice que me entiende, pero que si se permitiera el deporte la gente se tomaría la parte por el todo. Al llegar a casa afronto la operación de limpieza nuevamente: agarro la manilla exterior de la puerta ayudándome con el jersey para no tocarla con los dedos, me desprendo de las botas y voy directa al lavabo. Luego saco el móvil del bolso y lo desinfecto con alcohol. Antes de salir del trabajo y ya me he había lavado y desinfectado pero no me fío. Creo que me estoy volviendo un poco paranoica. Hay quien me dice que tengo suerte porque salgo un rato pero no sé si es bueno o malo, porque llevas el miedo continuamente encima. Después de la desinfección me ducho, me pongo la ropa de casa y me considero al fin a salvo. Mi casa se ha convertido en el único lugar seguro que conozco. Seguro y tranquilo. Me siento con una cerveza y empiezo una videollamada. Los solitarios hemos cogido esa costumbre. Cada noche nos sentamos en el sofá de nuestra casa y echamos un rato, como lo echaríamos en la terraza del bar. Aunque no sea lo mismo. Hablamos de lo que hacíamos y de lo que haremos. Y de las cifras de la pandemia, por supuesto, aunque eso poco. La verdad es que al principio me gustaba pero ahora se ha convertido ya en rutina y a días me aburre y no tengo ganas ni de eso. Solo de, tras la ducha, hacerme un ovillo en el sofá y llorar hasta quedarme seca para luego acostarme...
Vacía, como me levanté.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Jose Miguel Jiménez Arcos
Después de la salud, la libertad es lo más hermoso que tenemos.
Sé prudente.
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