domingo, 1 de diciembre de 2019





LOS CINES DE VERDAD

Claro que el de barrio era un cine de medio pelo, como de pobres de trapillo, porque las pelis que de verdad molaban las daban en los otros, en los de mayores. Quiero decir “ET” y “Grease” y todas esas. Y “La guerra de las Galaxias”, que fue lo más de lo más de todos los lomases de la época. Y que a mí me llevó a verla mi hermana, porque mis padres se estiraban más bien poco con eso de la paga, así que ella ejercía de maestra de ceremonias de los estrenos de postín. Yo era una pitufa y aún se me ponen los pelos como escarpias cuando recuerdo las letras amarillas deslizándose al compás de la sintonía de John Williams y al Ben Kenobi en holograma azul y a la princesa, que tenía bastante mala leche y se parecía muy poco a la de Rubén Darío. Luego ya vi las otras dos pero no fue lo mismo. Ese cosquilleo primigenio es lo que tiene. Que solo se da una vez.

No hubo la misma suerte con “Grease”, quizá porque para entonces mi hermana ya tenía novio y no necesitaba de mi compañía. O porque yo era mayor y no era plan. Y mis padres se negaron a soltar la mosca, de modo que me conformé con el Travolta de mentira de “La juventud baila” y con lo que mis compañeras de colegio me contaban. Y con dejar que mi hermana (siempre ella) me cortase el flequillo para ponerme unas horquillitas a los lados como Olivia Newton John. Que molaba más el look putón desorejado del final, pero que si me vestía así fijo que mi padre me sacaba de casa a puntapiés.

Había tres cines infantiles que eran del clero: El de Jesuitas y el de las monjas estaban en el centro, muy cerca el uno del otro, y el tercero estaba allá donde Dios perdió el mechero, en el colegio del Barrio de Lourdes, y no sé si se llamaba ya Moncayo, como ahora. Pero lo cierto es que es el único que ha sobrevivido como cine urbano. Los otros dos infantiles desaparecieron hace ni se sabe, y en cuanto a los tres cines de adultos que teníamos cada uno corrió distinta suerte. El primero en cerrar fue el Regio, que tenía una decoración sobria aunque digna de su nombre y que alcanzó la popularidad suficiente como para que la calle Eza se acabase conociendo como Cuesta del Regio. Igual que la calle, también ascendente, donde se encontraba la otra sala, se llamase “Cuesta del Versalles” en honor a ese local, que gozó de una segunda oportunidad tras la reforma que Pepe Romano realizó en el mismo y que fue, hasta su cierre, el único cine que quedó en el centro.
Mención aparte merece el teatro Gaztambide, ubicado desde sus inicios junto a la vía del tren. Que manda huevos, ya que supongo que la vía llegaría antes que el cine y hace falta poco seso. Un servidora, que participo en un par de espectáculos que allí se realizaron, sintió en sus propias carnes la vibración des escenario cada vez que el ferrocarril pasaba. No pocos de los actores que subieron a sus tablas bromearon con la anécdota del ruido, mucho más molesto durante las representaciones teatrales que durante los pases cinematográficos, ya que ambas actividades se simultanearon en la sala hasta que, tiempo después de desterrar la actividad cinematográfica, una desafortunada reforma lo transformó en un modernísimo teatro con la vía del tren detrás y unas cuantas butacas de dificultosa visibilidad. La obra se deshizo y se rehizo varias veces; y total para acabar en democrática chapuza que la reina Sofía inauguró.

País... 

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Tudela ME GUSTA

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