EL VAGABUNDO
Me he cruzado con él infinidad de veces. Pasaba raudo, silencioso, como preso de una rabia y una energía desbordantes. Iba siempre magullado y tenso, el blanco manto erizado, la cola rígida, arqueado el lomo.
Un guerrero. Un cazador.
Un superviviente ...
Intenté varias veces acercarme, las raras ocasiones en que lo sorprendía sesteando sobre el mullido cojín de hojarasca que en pocos días, pocas horas quizás, ha de servirle de mortaja. Pero siempre alzaba la oreja puntiaguda, se levantaba como un rayo y escapaba, veloz, las piernas prestas todo el tiempo a la carrera.
Es el único miembro restante de una camada de gatos blancos que apareció en la zona durante la primavera. Eran varios, todos parecidos. Pero éste me gustaba especialmente por ese mechón negro a la altura de la nuca, que le daba un aire de gremlin malo y que lo hacía diferente de los otros. Es por eso quizás que era especialmente arisco y huidizo. Y tal vez, lo que son las cosas, esa diferencia que lo hizo devenir desconfiado ha sido la característica gracias a la cual ha sobrevivido a sus hermanos.
Hace tiempo que le perdí la pista. El verano está siendo raro y mis horarios parecían no coincidir con los de las andanzas del felino. Pero la semana pasada empecé a verlo, arrellanado sobre el pasillo de hojas secas, dormitando. Y me dejó acercarme más que de costumbre. Y pude por primera vez distinguir el ámbar transparente de sus ojos. Y unas ronchas que manchaban sus párpados. Y el pelo cayéndose a mechones. Pero aún así conservaba la energía suficiente como para salir de estampida en cuanto me arrimaba un poco más de lo prudente.
Ayer, por fin, pude hacerle una foto. Remoloneaba al sol, los ojos turbios y la respiración pesada. Miré sus pupilas moteadas y enfermas y vi la placidez del descanso, del fin de una vida bien aprovechada, una vida plagada de reyertas, de cortejos, de carreras a la caza de un ratón. Una vida intensa. Salvaje. Una vida en libertad.
Esta mañana lo he visto de nuevo. Alguien había depositado en las proximidades recipientes con agua y con comida. Aún he podido aproximarme más, casi hasta tocarlo. El animal permanecía inmóvil, tranquilo ya, como aquél a quien le da lo mismo todo porque ya todo ha perdido. Lo he contemplado largamente y he pensado en la fortuna que ha tenido de vivir así, con plenitud y sin ser consciente del riesgo de poder perder la vida en el momento más insospechado. Y no me ha dado pena. Más bien he sentido como una extraña admiración. Y un profundo respeto.
Finalmente, me he incorporado después de echar un último vistazo a sus aún encendidas pupilas ambarinas y me he marchado despacio, pensativa…
“La espera”- me he dicho.
.
#SafeCreative Mina Cb
Me he cruzado con él infinidad de veces. Pasaba raudo, silencioso, como preso de una rabia y una energía desbordantes. Iba siempre magullado y tenso, el blanco manto erizado, la cola rígida, arqueado el lomo.
Un guerrero. Un cazador.
Un superviviente ...
Intenté varias veces acercarme, las raras ocasiones en que lo sorprendía sesteando sobre el mullido cojín de hojarasca que en pocos días, pocas horas quizás, ha de servirle de mortaja. Pero siempre alzaba la oreja puntiaguda, se levantaba como un rayo y escapaba, veloz, las piernas prestas todo el tiempo a la carrera.
Es el único miembro restante de una camada de gatos blancos que apareció en la zona durante la primavera. Eran varios, todos parecidos. Pero éste me gustaba especialmente por ese mechón negro a la altura de la nuca, que le daba un aire de gremlin malo y que lo hacía diferente de los otros. Es por eso quizás que era especialmente arisco y huidizo. Y tal vez, lo que son las cosas, esa diferencia que lo hizo devenir desconfiado ha sido la característica gracias a la cual ha sobrevivido a sus hermanos.
Hace tiempo que le perdí la pista. El verano está siendo raro y mis horarios parecían no coincidir con los de las andanzas del felino. Pero la semana pasada empecé a verlo, arrellanado sobre el pasillo de hojas secas, dormitando. Y me dejó acercarme más que de costumbre. Y pude por primera vez distinguir el ámbar transparente de sus ojos. Y unas ronchas que manchaban sus párpados. Y el pelo cayéndose a mechones. Pero aún así conservaba la energía suficiente como para salir de estampida en cuanto me arrimaba un poco más de lo prudente.
Ayer, por fin, pude hacerle una foto. Remoloneaba al sol, los ojos turbios y la respiración pesada. Miré sus pupilas moteadas y enfermas y vi la placidez del descanso, del fin de una vida bien aprovechada, una vida plagada de reyertas, de cortejos, de carreras a la caza de un ratón. Una vida intensa. Salvaje. Una vida en libertad.
Esta mañana lo he visto de nuevo. Alguien había depositado en las proximidades recipientes con agua y con comida. Aún he podido aproximarme más, casi hasta tocarlo. El animal permanecía inmóvil, tranquilo ya, como aquél a quien le da lo mismo todo porque ya todo ha perdido. Lo he contemplado largamente y he pensado en la fortuna que ha tenido de vivir así, con plenitud y sin ser consciente del riesgo de poder perder la vida en el momento más insospechado. Y no me ha dado pena. Más bien he sentido como una extraña admiración. Y un profundo respeto.
Finalmente, me he incorporado después de echar un último vistazo a sus aún encendidas pupilas ambarinas y me he marchado despacio, pensativa…
“La espera”- me he dicho.
.
#SafeCreative Mina Cb
No hay comentarios:
Publicar un comentario