lunes, 20 de junio de 2022


 

EL CONCIERTO DE MECANO

Éramos tan jóvenes que casi me da vergüenza calcularlo. Tudela aquella noche estaba a reventar. La época de los conciertos de Beterri tocó techo aquel julio con Mecano: Jose Mari, Ana y Nacho nos honraban con su visita pero nosotros, que éramos más chulos que un ocho, no acudimos a la cita. Mecano nos molaba pero tampoco tanto, de modo que tras esa ronda que arrancó en el Escudo y acabó a saber donde echando algo al estómago, nos acercamos a la feria. Íbamos con la cuadrilla de mi novio y a mí se me metió entre ceja y ceja el abanico. Él me lo regaló y anduvimos por ahí, haciendo el tonto, con el chisme, que iba de mano en mano (hay que ver cómo les gusta a los hombres todo lo que sea “de chicas”), de bar en bar hasta que lo cerraron todo, cosa que sucedió de madrugada. No recuerdo si al final nos pudimos acercar a Riberpán pero de lo que sí me acuerdo es de que al llegar a casa, inexplicablemente con el abanico aún en mi poder, comprobé con espanto que no llevaba las llaves. Eran las tantas y yo no iba precisamente como para que mi madre (que seguro que tenía un ojo abierto), me abriese la puerta tras timbrar. Menos mal que la fortuna vino a echarme un cable y apareció mi hermano, que también era de cerrarlo todo, y pude entrar a casa sin más complicaciones. El problema vino al día siguiente, cuando hube de plantearme cómo iba a explicar lo de las llaves.
Quise abusar de la fortuna y, por si esta no había sido lo bastante generosa unas pocas horas antes, a eso de las ocho de la tarde me lancé, más bien a la desesperada, a visitar todos los garitos en los que recordaba haber estado. Cuando ya casi había perdido la esperanza, el camarero del Bugy, ese discobar que decían que había sido una cuadra, al oír mi pregunta se giró y puso sobre la barra, cochambroso pero entero, un llavero de pinza con sus llaves colgando del arito.

- ¿Son estas?- me dijo.

No me lo podía creer. Un enjambre humano había tomado la ciudad, el concierto había sido un éxito, con la plaza a reventar, Tudela había estado llena de forasteros que deambulaban por la feria, la plaza, las zonas de bares… Y ahí estaban mis llaves, como la materialización de todo un milagro urbano de los que te hacen creer que existe el ángel de la guarda.

Le cogí cariño al abanico. Tanto que cuando algunas varillas se rompieron, las arranqué, corté la tela sobrante y empalmé los dos trozos mediante una costura en el reverso. Nunca he sabido muy bien por qué lo hice, pero lo cierto es que no he sido capaz de desprenderme de él.

Y más desde que la persona que me lo regaló partió del mundo de los vivos.

#SafeCreative Mina Cb

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