domingo, 29 de noviembre de 2020

  

Mi querido amigo:

No sabes cómo me alegra escribirte este homenaje cuando la vida aún te guarda tantas cosas. No quiero llamarlo despedida porque, como te dije hace poco, espero que el día menos pensado, cuando esto del covid no sea sino una lejana pesadilla, aparezcas tras cualquier esquina de mi barrio, la guitarra a la espalda y exhibiendo esa sonrisa tuya que tanto vamos a extrañar. Claro que, conociéndote, no me sorprendería que prefieras emprender nuevas aventuras en lugar de retornar a vidas conocidas, más que nada porque si vuelves nada será igual.

Hemos compartido mucho, amigo mío. No sólo tragos y besos y sonrisas sino también acordes, bailes y talento. Talento sobre todo. Y arte. Porque tú y yo, negrito, hemos sido testigos y artífices del periodo más fructífero a nivel cultural que yo he conocido en mis más de tres décadas de actividad artística en Tudela. Hemos participado en festivales, recitales y conciertos. Nos hemos hartado de amenizar veladas en bares y casas de cultura. Hemos visitado colegios (tú metido en mi carpeta en forma de poema), residencias de ancianos y museos. Hemos conocido gentes con las que hemos compartido interminables charlas que nos dejaban boquiabiertos. Hemos bebido y cantado hasta el amanecer. Y hemos tomado la calle, cuando nos dejaban, con nuestros versos y nuestras guitarras, desfilando en sonora procesión, como aquella mañana del canario, el loro y el gitano “que llevaba dos meses aprendiendo”. Hemos reído y llorado. Hemos escrito a medias poemas, borrachos como cubas, en un folio sobre la barra del bar de Kule, cuyas palabras a la mañana siguiente no hemos podido descifrar. Pero, ante todo, amigo mío, nos hemos querido de verdad. Como se quieren las almas que se intuyen y se respetan. Nos hemos querido como se quieren los hermanos y por eso cada uno de nosotros se va a quedar en el corazón del otro para siempre. Aunque no vuelvan los conciertos ni los recitales ni las trasnochadas. Aunque no volvamos a terminar en mi piso, cuando cierran todo, con algún amigo más como la noche aquella a las cuatro de la madrugada en que cuando te vi abrir la funda, te increpé: “Si te pones a tocar te mato”. Aunque no vuelvas a pedirme abrazos con lengua o a tratar de echarme ron en la cerveza o a intentar retenerme con la canción de la monja y el recluta cuando me quiera recoger. Aunque no volvamos a vaciar, llorando penas de amor, una botella de champán en el salón de casa. Y aunque ese tiempo dorado que hemos compartido, a causa tanto del covid como de las nuevas directrices culturales, se haya convertido en un lugar al que jamás regresaremos.

No sé, moreno mío. Yo, sin ser pesimista, soy consciente de que asistimos al final de una etapa y no tengo tan claro que vayas a volver para quedarte. Más que nada porque el tiempo que vivimos (“al lugar donde fuiste feliz..”) fue tan mágico que tal vez tratar de repetirlo fuera una osadía. O tal vez porque, como he dicho al principio, mereces otras vidas. De todos modos, y sea como fuere, esta poeta a la que tantas veces dedicaste uno de los besos de “19 días y 500 noches” te desea que la vida te devuelva toda la luz y la magia que nos has regalado durante tu estancia entre nosotros.

Hasta siempre, Juani Bones. Le daré al río recuerdos de tu parte.

#SafeCreative Mina Cb

Imagen: Jose Miguel Jiménez Arcos

Nota de la autora: No estábamos solos en la mesa. Lo digo por los botellines.

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