AMORES PERROS
(pasión de yorkshires)
Se le abrió el cielo cuando la vio en el parque, tan linda y pizpireta con ese lazo rosado en el testuz. Ya estaba un poco harto de ser el hazmerreír de la barriada y de que todos los canes se metieran con él por ser pequeño. Y eso que a ladrador no le ganaba nadie, vaya que sí. Desde bien chiquito había aprendido que quien no tiene estatura ha de tener garganta. Y en cuanto algún grandullón se le acercaba, desafiante, Chusky erguía la testa y comenzaba a aullar, chillón y osado, manteniendo así a raya al invasor. De ese modo logró labrarse una cierta reputación en el barrio, de modo que ningún enorme cánido le molestaba, aunque tampoco podía acercarse a ellos. Pero algo es algo.
De todas formas lo que peor llevaba era lo del ligue. Todas las perritas de buen ver acababan sucumbiendo a los encantos de los machos grandes y peludos. Eran más gallardos y atrevidos, y en seguida se acercaban a olisquearlas, espantando en el acto a todo aquel que amenazase con desbaratarles la conquista. Ahí Chusky no tenía nada que hacer, y lo sabía, porque una cosa era mantener a raya a un gran mastín y otra muy diferente entrar en conflicto con una bestia en celo. Que una cosa es ser valiente y otra muy distinta hacerse el harakiri.
Por eso se volvió loco con Laika. Porque era demasiado pequeñita y además, su dueño, un eslavo de dos por dos que la trataba igual que a una princesa, no quería que los perros grandes se arrimasen a ella bajo ningún concepto. Y así, Chusky pudo aproximarse a la perrita para olisquearla, y comprobó que ella se mostraba receptiva y que tal vez, solo tal vez, podía albergar la esperanza de tener algo más serio con la peluda damisela.
Pero el eslavo era desconfiado y no estaba muy por la labor. De modo que el propietario de Chusky, un chavalillo de trece años bastante avispado, le propuso al hombre que podían cruzar a la pareja y quedarse cada uno la mitad de los perritos. El mastodonte levantó la ceja izquierda y le dijo al niño que tenía que pensárselo. Tres días más tarde, el chavalín entraba en su casa como una exhalación gritando que al fin había encontrado un macho con que aparear a Laika. Una prima suya la adoraba y le pedía desde hacía meses que, de tener descendencia, le regalase un cachorrito. Y en cuanto al eslavo, pensó que tal vez podría sacar algún dinero de la venta de las crías que le correspondieran.
El día del encuentro amaneció nublado y con un viento glacial. Cuando el chico volvió del cole cogió a Chusky, que había sido convenientemente abrigado por su padre y portaba una elegante gabardina impermeable con estampado de leopardo, para llevarlo al parque. Insistió el progenitor en ponerle la capucha, de modo que el pobre animal tenía un aspecto algo ridículo. Tanto que el recorrido hasta el lugar elegido, él lo notaba, fue acompañado por un coro de ladriditos sarcásticos, lo cual no era ninguna novedad puesto que el can tenía que pasar por ese trance cada vez que lo vestían de semejante modo. Tal era la mofa que el perrillo intentó arrancarse la prenda, pero le fue imposible puesto que iba fuertemente sujeta a su tronco por unas hebillas metálicas que habían sido ancladas con enorme precisión, de modo que el animalito iba temblando más de indignación que de frío. Y temiendo que sucediera lo peor de lo peor.
Como así fue.
Porque cuando Laika vio aparecer al peludo encapuchado, empezó a saltar y a ladrar como una loca. Ni en broma se iba a dejar montar por ese impresentable. Pero su dueño la sujetaba con firmeza, pensando ya en lo que haría con el producto de la venta de la camada que le correspondiera en el reparto. Y pasó que cuando iba a llegar el momento, la perra se pertrechó entre las piernas de su amo y no había manera de sacarla de allí, de modo que el hombre hubo de emplearse a fondo para tranquilizarla. Tanto que, al intentar sacar una chuchería del bolsillo para persuadirla, cedió la presión sobre la correa y la yorkshire se liberó de un fuerte tirón, saliendo despavorida calle abajo para no volver jamás.
#SafeCreative Mina Cb
(pasión de yorkshires)
Se le abrió el cielo cuando la vio en el parque, tan linda y pizpireta con ese lazo rosado en el testuz. Ya estaba un poco harto de ser el hazmerreír de la barriada y de que todos los canes se metieran con él por ser pequeño. Y eso que a ladrador no le ganaba nadie, vaya que sí. Desde bien chiquito había aprendido que quien no tiene estatura ha de tener garganta. Y en cuanto algún grandullón se le acercaba, desafiante, Chusky erguía la testa y comenzaba a aullar, chillón y osado, manteniendo así a raya al invasor. De ese modo logró labrarse una cierta reputación en el barrio, de modo que ningún enorme cánido le molestaba, aunque tampoco podía acercarse a ellos. Pero algo es algo.
De todas formas lo que peor llevaba era lo del ligue. Todas las perritas de buen ver acababan sucumbiendo a los encantos de los machos grandes y peludos. Eran más gallardos y atrevidos, y en seguida se acercaban a olisquearlas, espantando en el acto a todo aquel que amenazase con desbaratarles la conquista. Ahí Chusky no tenía nada que hacer, y lo sabía, porque una cosa era mantener a raya a un gran mastín y otra muy diferente entrar en conflicto con una bestia en celo. Que una cosa es ser valiente y otra muy distinta hacerse el harakiri.
Por eso se volvió loco con Laika. Porque era demasiado pequeñita y además, su dueño, un eslavo de dos por dos que la trataba igual que a una princesa, no quería que los perros grandes se arrimasen a ella bajo ningún concepto. Y así, Chusky pudo aproximarse a la perrita para olisquearla, y comprobó que ella se mostraba receptiva y que tal vez, solo tal vez, podía albergar la esperanza de tener algo más serio con la peluda damisela.
Pero el eslavo era desconfiado y no estaba muy por la labor. De modo que el propietario de Chusky, un chavalillo de trece años bastante avispado, le propuso al hombre que podían cruzar a la pareja y quedarse cada uno la mitad de los perritos. El mastodonte levantó la ceja izquierda y le dijo al niño que tenía que pensárselo. Tres días más tarde, el chavalín entraba en su casa como una exhalación gritando que al fin había encontrado un macho con que aparear a Laika. Una prima suya la adoraba y le pedía desde hacía meses que, de tener descendencia, le regalase un cachorrito. Y en cuanto al eslavo, pensó que tal vez podría sacar algún dinero de la venta de las crías que le correspondieran.
El día del encuentro amaneció nublado y con un viento glacial. Cuando el chico volvió del cole cogió a Chusky, que había sido convenientemente abrigado por su padre y portaba una elegante gabardina impermeable con estampado de leopardo, para llevarlo al parque. Insistió el progenitor en ponerle la capucha, de modo que el pobre animal tenía un aspecto algo ridículo. Tanto que el recorrido hasta el lugar elegido, él lo notaba, fue acompañado por un coro de ladriditos sarcásticos, lo cual no era ninguna novedad puesto que el can tenía que pasar por ese trance cada vez que lo vestían de semejante modo. Tal era la mofa que el perrillo intentó arrancarse la prenda, pero le fue imposible puesto que iba fuertemente sujeta a su tronco por unas hebillas metálicas que habían sido ancladas con enorme precisión, de modo que el animalito iba temblando más de indignación que de frío. Y temiendo que sucediera lo peor de lo peor.
Como así fue.
Porque cuando Laika vio aparecer al peludo encapuchado, empezó a saltar y a ladrar como una loca. Ni en broma se iba a dejar montar por ese impresentable. Pero su dueño la sujetaba con firmeza, pensando ya en lo que haría con el producto de la venta de la camada que le correspondiera en el reparto. Y pasó que cuando iba a llegar el momento, la perra se pertrechó entre las piernas de su amo y no había manera de sacarla de allí, de modo que el hombre hubo de emplearse a fondo para tranquilizarla. Tanto que, al intentar sacar una chuchería del bolsillo para persuadirla, cedió la presión sobre la correa y la yorkshire se liberó de un fuerte tirón, saliendo despavorida calle abajo para no volver jamás.
#SafeCreative Mina Cb
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