“emos terminao”
Empiezo a echar de menos los tiempos del “Tenemos que hablar”. Esos trances angustiosos que se iban demorando y que al final se daban, tras mucho meditarlo, en medio de una atmósfera tétrica y agorera.
El tema consistía más o menos en sentarte con tu pareja y decidir cómo poner punto final a la relación que al menos para uno ya llevaba meses acabada. En quién se iba. En cómo se organizaba el tema. Y luego analizar los errores. Y llorar. Y gritar si hacía falta. Y hasta ponerse a parir el uno al otro. Y montar escenas. Tragedias griegas. Y terminar la sesión con una despedida inacabable, un rosario de reproches o un tierno abrazo en el que se descargaban todas las tensiones. O un portazo que hacía tambalearse los cimientos.
Y luego solían sucederse otros encuentros, a menudo más serenos, en los que se intercambiaban objetos, sonrisas y protestas. Y también abrazos e incluso arrebatos de pasión. Y la separación se iba produciendo de forma progresiva, suave y no traumática. Y la aspereza se dulcificaba. Y las citas se iban distanciando y al final cada cual reiniciaba la marcha sabiendo que había dejado al otro en las mejores condiciones posibles, dentro del dramatismo que el trance conlleva con frecuencia.
Ahora todo eso se está terminando. La ruptura es una escena que los cobardes demoraban hasta el infinito. Por no enfrentar los hechos. Echarle un par y ser honestos con el otro y ya de paso consigo mismos. Ahora lo que se impone son los abandonos cibernéticos. Internet y las redes sociales se lo ponen a huevo a los amigos de escurrir el bulto. Y te dejan con un watsapp. “emos terminao”. Así, sin hache y con minúsculas. Como si el amor no valiera nada. Y si se te ocurre pedir explicaciones se escaquean. Y si les mandas mensajes los agobias. Y pasan de leerlos. Y se niegan a verte, con lo cual quedas como un imbécil (o una imbécila), pegado a la pantalla, mirando a ver si el otro te ha leído y pensando en teclear en Google la palabra Kalasnikov por ir mirando precios. Y pobre de ti si te pasas de insistente, porque te bloquean y a tomar por saco. Un clic y ya no existes. Es lo que hay. Has pasado de ser el amor de su vida a no ser. A diluirte en el vacío. A hacerte mierda.
Y es que a la peña se le gasta el amor como la batería. Y si no hay enchufe cerca pues ya sabes. Ahí te quedas. Con tu cabreo, tus lágrimas y el puto móvil en la mano.
Que te entran ganas de meterlo en el microondas a ver si es verdad que explota y volar el edificio.
El suyo, claro.
#SafeCreative Mina Cb
Empiezo a echar de menos los tiempos del “Tenemos que hablar”. Esos trances angustiosos que se iban demorando y que al final se daban, tras mucho meditarlo, en medio de una atmósfera tétrica y agorera.
El tema consistía más o menos en sentarte con tu pareja y decidir cómo poner punto final a la relación que al menos para uno ya llevaba meses acabada. En quién se iba. En cómo se organizaba el tema. Y luego analizar los errores. Y llorar. Y gritar si hacía falta. Y hasta ponerse a parir el uno al otro. Y montar escenas. Tragedias griegas. Y terminar la sesión con una despedida inacabable, un rosario de reproches o un tierno abrazo en el que se descargaban todas las tensiones. O un portazo que hacía tambalearse los cimientos.
Y luego solían sucederse otros encuentros, a menudo más serenos, en los que se intercambiaban objetos, sonrisas y protestas. Y también abrazos e incluso arrebatos de pasión. Y la separación se iba produciendo de forma progresiva, suave y no traumática. Y la aspereza se dulcificaba. Y las citas se iban distanciando y al final cada cual reiniciaba la marcha sabiendo que había dejado al otro en las mejores condiciones posibles, dentro del dramatismo que el trance conlleva con frecuencia.
Ahora todo eso se está terminando. La ruptura es una escena que los cobardes demoraban hasta el infinito. Por no enfrentar los hechos. Echarle un par y ser honestos con el otro y ya de paso consigo mismos. Ahora lo que se impone son los abandonos cibernéticos. Internet y las redes sociales se lo ponen a huevo a los amigos de escurrir el bulto. Y te dejan con un watsapp. “emos terminao”. Así, sin hache y con minúsculas. Como si el amor no valiera nada. Y si se te ocurre pedir explicaciones se escaquean. Y si les mandas mensajes los agobias. Y pasan de leerlos. Y se niegan a verte, con lo cual quedas como un imbécil (o una imbécila), pegado a la pantalla, mirando a ver si el otro te ha leído y pensando en teclear en Google la palabra Kalasnikov por ir mirando precios. Y pobre de ti si te pasas de insistente, porque te bloquean y a tomar por saco. Un clic y ya no existes. Es lo que hay. Has pasado de ser el amor de su vida a no ser. A diluirte en el vacío. A hacerte mierda.
Y es que a la peña se le gasta el amor como la batería. Y si no hay enchufe cerca pues ya sabes. Ahí te quedas. Con tu cabreo, tus lágrimas y el puto móvil en la mano.
Que te entran ganas de meterlo en el microondas a ver si es verdad que explota y volar el edificio.
El suyo, claro.
#SafeCreative Mina Cb
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