ALMAS MIGRATORIAS
Existen pululando por el éter almas migratorias que se instalan en el interior de las personas. No de todas, desde luego, sino de algunas sólo. Y no llegan con ellas; esto es, no las habitan desde el momento mismo de su nacimiento o de su concepción, sino que se acomodan en su interior en un momento dado, cuando se las tropiezan y les parecen idóneas para su propósito. Porque esas almas inquietas y errabundas vienen ya de otras vidas poseídas en pasados recientes y remotos. Son almas sin hogar, que van pasando de un lugar a otro, sembrando de inquietudes (no necesariamente negativas) las existencias de los seres s los que escogen como refugio. Y que desde ese mismo instante ya no vuelven a ser los mismos nunca más. Y se da entonces una situación dual en la persona poseída, porque por una parte saben que ya no se pertenecen a sí mismos, pero por otra se despliega ante sus ojos un paisaje que jamás hubieran sido capaces de imaginar. Y ya no son de aquí. Ni son de allá. Ni son de nada ni de nadie. Y van atravesando carreteras y puentes, a pie y hasta descalzos a menudo, y deteniéndose con frecuencia para contemplar aquello que llama su atención o para departir con otro caminante. Pero jamás construyen una casa. Ni siquiera establecen campamentos en los que pasar los meses más duros del invierno. A lo más que llegan, y eso de vez en cuando, es a vivaquear, si encuentran algo que realmente les fascina, y a pasar unas horas, o unos días explorando el terreno y confraternizando con los habitantes de la zona para, al cabo de algún tiempo, sentir que el espacio se achica por momentos y salir despavoridos, a veces olvidando incluso parte de sus escasas pertenencias, al descubrimiento de paisajes adornados con matices diferentes. Y así pasan la vida, caminando sin pausa con rumbo al infinito. Hasta el momento en que la muerte los sorprende en un recodo del camino y su alma escapa, ágil y oportuna, en busca de otro nuevo mortal en que alojarse.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Mónica Carretero Ilustradora
Existen pululando por el éter almas migratorias que se instalan en el interior de las personas. No de todas, desde luego, sino de algunas sólo. Y no llegan con ellas; esto es, no las habitan desde el momento mismo de su nacimiento o de su concepción, sino que se acomodan en su interior en un momento dado, cuando se las tropiezan y les parecen idóneas para su propósito. Porque esas almas inquietas y errabundas vienen ya de otras vidas poseídas en pasados recientes y remotos. Son almas sin hogar, que van pasando de un lugar a otro, sembrando de inquietudes (no necesariamente negativas) las existencias de los seres s los que escogen como refugio. Y que desde ese mismo instante ya no vuelven a ser los mismos nunca más. Y se da entonces una situación dual en la persona poseída, porque por una parte saben que ya no se pertenecen a sí mismos, pero por otra se despliega ante sus ojos un paisaje que jamás hubieran sido capaces de imaginar. Y ya no son de aquí. Ni son de allá. Ni son de nada ni de nadie. Y van atravesando carreteras y puentes, a pie y hasta descalzos a menudo, y deteniéndose con frecuencia para contemplar aquello que llama su atención o para departir con otro caminante. Pero jamás construyen una casa. Ni siquiera establecen campamentos en los que pasar los meses más duros del invierno. A lo más que llegan, y eso de vez en cuando, es a vivaquear, si encuentran algo que realmente les fascina, y a pasar unas horas, o unos días explorando el terreno y confraternizando con los habitantes de la zona para, al cabo de algún tiempo, sentir que el espacio se achica por momentos y salir despavoridos, a veces olvidando incluso parte de sus escasas pertenencias, al descubrimiento de paisajes adornados con matices diferentes. Y así pasan la vida, caminando sin pausa con rumbo al infinito. Hasta el momento en que la muerte los sorprende en un recodo del camino y su alma escapa, ágil y oportuna, en busca de otro nuevo mortal en que alojarse.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Mónica Carretero Ilustradora
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