MUDANZA
Tenía un frigorífico y una lavadora que le correspondieron en el reparto de eso que se llama “gananciales”. Y el microondas, que descansaba sobre una banqueta de formica que había pedido prestada a su madre y que tuvo que desempolvar a conciencia, puesto que llevaba lustros amontonando suciedad y telarañas en un rincón de la terraza de la casa familiar. Sobre el suelo del salón, una de esas horribles moquetas verdes que se venden por metros protegía el parquet de los roces de las seis cajas de pañales que descansaban sobre ella, y en las cuales había embalado, varios meses antes, más de diez años de su vida. De allí iba sacando y metiendo cosas, como si fueran armarios de cartón. Pegada a la pared del escritorio había colocado una mesa de camping, que también le prestaron, sobre la que puso la vieja Elbe portátil (prefirió la lavadora y la nevera a la tele plana y el ordenador). Frente a la mesa había instalado un pesadísimo sillón de descanso que su hermana había tenido en casa hasta hacía bien poco y que había ido a parar, como todo lo que les sobraba y de lo que no querían desprenderse, a la cochera de la casa de papá.
Era de noche cuando llegó. Y hacía frío. Y se sentía rara. Aún había comido en casa de sus padres, y después había estado apurando el tiempo, callejeando por el barrio, hasta volver. Tras la puerta le esperaba Robin, el enorme gato que ella recogió de la calle y al que había ido arrastrando consigo durante toda esa locura de repartos y mudanzas. Lo tomó en brazos (donde hay gatos hay calor), y se sentó en el sillón, los ojos entrecerrados y las lágrimas brotando del revés, como hacia adentro, escuchando el sonido de su plácida respiración en medio del silencio sepulcral de la vacía estancia de paredes desnudas, blancas y planas como una hoja de papel por rellenar; silencio que la intimidaba un poco, más por la solemnidad que por la falta de costumbre. Porque sola, lo que se dice sola, ya llevaba mucho tiempo.
Pero esa noche fue distinto. Porque al fin era la dueña de su propia soledad.
#SafeCreative Mina Cb
Tenía un frigorífico y una lavadora que le correspondieron en el reparto de eso que se llama “gananciales”. Y el microondas, que descansaba sobre una banqueta de formica que había pedido prestada a su madre y que tuvo que desempolvar a conciencia, puesto que llevaba lustros amontonando suciedad y telarañas en un rincón de la terraza de la casa familiar. Sobre el suelo del salón, una de esas horribles moquetas verdes que se venden por metros protegía el parquet de los roces de las seis cajas de pañales que descansaban sobre ella, y en las cuales había embalado, varios meses antes, más de diez años de su vida. De allí iba sacando y metiendo cosas, como si fueran armarios de cartón. Pegada a la pared del escritorio había colocado una mesa de camping, que también le prestaron, sobre la que puso la vieja Elbe portátil (prefirió la lavadora y la nevera a la tele plana y el ordenador). Frente a la mesa había instalado un pesadísimo sillón de descanso que su hermana había tenido en casa hasta hacía bien poco y que había ido a parar, como todo lo que les sobraba y de lo que no querían desprenderse, a la cochera de la casa de papá.
Era de noche cuando llegó. Y hacía frío. Y se sentía rara. Aún había comido en casa de sus padres, y después había estado apurando el tiempo, callejeando por el barrio, hasta volver. Tras la puerta le esperaba Robin, el enorme gato que ella recogió de la calle y al que había ido arrastrando consigo durante toda esa locura de repartos y mudanzas. Lo tomó en brazos (donde hay gatos hay calor), y se sentó en el sillón, los ojos entrecerrados y las lágrimas brotando del revés, como hacia adentro, escuchando el sonido de su plácida respiración en medio del silencio sepulcral de la vacía estancia de paredes desnudas, blancas y planas como una hoja de papel por rellenar; silencio que la intimidaba un poco, más por la solemnidad que por la falta de costumbre. Porque sola, lo que se dice sola, ya llevaba mucho tiempo.
Pero esa noche fue distinto. Porque al fin era la dueña de su propia soledad.
#SafeCreative Mina Cb
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