EL FABULADOR
No podía parar de fabular. Era superior a él. No sólo se acostaba y se despertaba maquinando sino que incluso imaginaba tramas durante las horas de sueño. Todo le servía para inventar historias que se iba relatando a sí mismo, eso sí, con la boca cerrada, y que le tenían entretenido todo el tiempo. De hecho, no pudo hacer una vida “normal” puesto que cualquier cosa que le dijeran desencadenaba una aventura en su cerebro y de ese modo no había forma de entablar una conversación civilizada. Así que vivía feliz, en su mundo, divirtiéndose y sin hacer caso de las advertencias de quienes le decían de visitar a un terapeuta con el fin de bajar de las nubes de una puñetera vez.
Hasta que al fin pasó lo que tenía que pasar: que vio a un gato maullando en un balcón y de inmediato supuso que su dueño había sufrido un accidente doméstico al intentar cambiar una bombilla subido sobre la silla rodante del escritorio, la cual había salido despedida hacia atrás, haciéndolo caer y desnucarse y que el pobre animalillo llevaba varios días sin comer y estaba intentando llamar la atención de los viandantes, que parecían demasiado ocupados en sus cosas, como esa señora que vociferaba por el móvil porque, seguro, se acababa de enterar de que su hijo había tenido un accidente con el coche nuevo y aunque no era más que un golpe no dudaba que el padre se iba a poner hecho una furia. Y que a ella le tocaría mediar, como siempre… De hecho, estaba casi convencido de que el tipo ese que se acercaba sujetándose la mochila que se le desprendía del hombro era el agente de la compañía de seguros donde estaba inscrito el coche del afectado, que por cierto… ¡Y paf! Un autobús real que llegó de repente y se lo llevó mientras todavía miraba hacia el balcón donde ahora el dueño del gato regaba las macetas.
El funeral fue parco en palabras. Lo metieron en un nicho de alquiler. Al cabo de quince años, cuando venció la titularidad, el operario del cementerio fue a recoger los restos para echarlos al osario y en el hueco no había más que un montón de huesos consumidos y… ¡sorpresa! un cráneo pelado en cuyo interior se agitaba, viscoso y palpitante, el aún hiperactivo cerebro del incansable fabulador.
(genio y figura…)
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Mónica Carretero Ilustradora
No podía parar de fabular. Era superior a él. No sólo se acostaba y se despertaba maquinando sino que incluso imaginaba tramas durante las horas de sueño. Todo le servía para inventar historias que se iba relatando a sí mismo, eso sí, con la boca cerrada, y que le tenían entretenido todo el tiempo. De hecho, no pudo hacer una vida “normal” puesto que cualquier cosa que le dijeran desencadenaba una aventura en su cerebro y de ese modo no había forma de entablar una conversación civilizada. Así que vivía feliz, en su mundo, divirtiéndose y sin hacer caso de las advertencias de quienes le decían de visitar a un terapeuta con el fin de bajar de las nubes de una puñetera vez.
Hasta que al fin pasó lo que tenía que pasar: que vio a un gato maullando en un balcón y de inmediato supuso que su dueño había sufrido un accidente doméstico al intentar cambiar una bombilla subido sobre la silla rodante del escritorio, la cual había salido despedida hacia atrás, haciéndolo caer y desnucarse y que el pobre animalillo llevaba varios días sin comer y estaba intentando llamar la atención de los viandantes, que parecían demasiado ocupados en sus cosas, como esa señora que vociferaba por el móvil porque, seguro, se acababa de enterar de que su hijo había tenido un accidente con el coche nuevo y aunque no era más que un golpe no dudaba que el padre se iba a poner hecho una furia. Y que a ella le tocaría mediar, como siempre… De hecho, estaba casi convencido de que el tipo ese que se acercaba sujetándose la mochila que se le desprendía del hombro era el agente de la compañía de seguros donde estaba inscrito el coche del afectado, que por cierto… ¡Y paf! Un autobús real que llegó de repente y se lo llevó mientras todavía miraba hacia el balcón donde ahora el dueño del gato regaba las macetas.
El funeral fue parco en palabras. Lo metieron en un nicho de alquiler. Al cabo de quince años, cuando venció la titularidad, el operario del cementerio fue a recoger los restos para echarlos al osario y en el hueco no había más que un montón de huesos consumidos y… ¡sorpresa! un cráneo pelado en cuyo interior se agitaba, viscoso y palpitante, el aún hiperactivo cerebro del incansable fabulador.
(genio y figura…)
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Mónica Carretero Ilustradora
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