PAELLA
Es domingo y ha pasado la hora del vermú, que ha sido al sol con crema de protección total y una cerveza sin, que anoche ya tuve bastante y el alcohol mata lentamente. Tal vez por eso el cuerpo me pide hoy hidratos de carbono para reparar el estropicio y tengo antojo de paella. El caso es que echo un ojo al congelador y hay de todo. Congelado, pero de todo, de modo que saco la sartén. Que tengo que cambiarla porque está el teflón algo churruscado y dicen que eso es cancerígeno. Pongo la radio y hablas de la espantá italiana, que están todos huyendo como si en vez de la llegada de un virus de un 0,7 de mortandad se hubiera producido una erupción del Vesubio que fuera a sepultar todo el país. Preparo el sofrito con el pimiento y la cebolla y abro el paquete de almejas congeladas, que las compré el otro día porque una clienta me dijo que son extraordinarias. Y a lo mejor lo son, pero de momento tienen un reborde negro raro. Pero como lo tienen todas me digo que serán así. Ya me parecía a mí que el paquete era opaco y que el vacío era demasiado vacío, que parecía que los pobres moluscos se habían presentado a un concurso de Miss camiseta mojada. Yo, por si acaso, no tiro el envase que los de toxicología siempre dicen que si algo te sienta mal es mejor ir al hospital con una muestra.
Sigo a lo mío, los mejillones, los gambones, el calamarcito en tiras que compré y congelé después, porque las anillas o las consumes rápido o empiezan a cantar a amoníaco que flipas porque a saber lo que les echan en alta mar para que se conserven... y el arroz el agua, que últimamente, con las lluvias, los de la potabilizadora han debido de subir la dosis de algo y sabe un pelín raro. Y una pastilla de caldo, que una cosa es que yo me venga arriba como cocinera y otra muy diferente que me ponga a hacer una fumet. Y la sal y el colorante y un poquito de perejil picado y una hoja de laurel.
Me voy al salón. Sobre el escritorio están los sobres con las citaciones para la prevención de cáncer de colon y mama. Enciendo el ordenador y ojeo las noticias. Un artículo que habla del peligro de conducir mirando el móvil. Y más coronavirus, que ya nadie se acuerda de cuando el Ébola nos iba a matar a todos. O de la gripe aviar. O de las vacas locas, que ni el tato compraba ternera, vaya crisis. Y es que detrás de cada epidemia hay un bicho y alguien que se lo come o se lo folla, si es que al final los veganos van a tener razón.
Suena la alarma de la cocina. La verdad es que me ha quedado una paella que en la vida. Vamos, que si no fuera porque sé que la he hecho yo cualquiera pensaría que me la han traído los de Glovo. Cualquiera que sepa lo mal que guiso al menos.
La pongo en el plato y meto el tenedor. Mmmmmmmmm... deliciosa. Pruebo las almejas de la cáscara blanquinegra, que lo mismo son mejillones cebra de los que veo cuando salgo a pasear junto al río. Se han abierto todas y están rellenitas de sabrosos granos. Ataco al mejillón y al calamar sin ningún remordimiento y al cabo agarro el enorme y tentador gambón y una duda me asalta:
¿Me pasará algo si chupo la cabeza?
Recuerdo esas recomendaciones prenavideñas acerca de la peligrosidad de chupar las cabezas de los crustáceos y el vello se me eriza. Y miro su testa puntiaguda y sus bigotes y me digo. ¡Qué diablos! Mejor morir de esto que de una accidente laboral. Y me la meto en la boca sin ningún temor. Que si estuviera comiendo marisco a todas horas pues a ver, pero por dos gambones... malo será que, aparte de las pruebas del colon y la mama, me vaya a salir un tumor por dos gambones. Y además ese sabor... yo creo que es la pastilla de caldo, que antes solo utilizaba las de carne pero desde hace poco empecé a emplear también las de pescado, que a saber qué llevarán también, pero mira, más riesgo corre un camionero y ahí los tenemos, recorriendo el país a todas horas.
Termino de comer y, tras fregar los cacharros, me planteo qué me apetece más: si los polvorones o el helado de chocolate. Hay que elegir porque ya voy sobrada de colesterol con la paella y las cerves de anoche y una va teniendo una edad, que no confesaré pero que es como para que te pueda dar un patatús. Me decanto por el helado y me voy al sofá a ver qué hay en la tele, esquivando esos noticiarios del mundo se va a la mierda, la economía se hunde y aquí no va a salvarse ni el apuntador. Me pongo un programa de esos de aventureros saltando desde puentes y lanzándose en paracaídas y haciendo cosas así y en esto que me acabo el helado y me apetecen los polvorones. Que no me convienen pero me levanto y me los como. Con mala conciencia pero me los como. Y luego ya cojo un trozo de chocolate y el Benecol para rematar la fiesta. Y me adormezco mirando las imágenes de toda esa gente que salta al vacío, felices ante el cielo azul y conscientes de que esa actividad puede matarles. Lo mismo que la radiación solar, las pastillas de caldo, el alcohol, el cáncer de colon o de mama, un accidente laboral, la carne de pollo o de ternera, las cabezas de las gambas, el teflón churruscado, las almejas, el coronavirus, los dulces, el agua potable, los calamarcitos en tiras, conducir mirando el móvil o el colesterol...
Entre otras muchas cosas.
#SafeCreative Mina Cb
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