SOSPECHOSOS HABITUALES
En los últimos meses he sido interceptada en dos ocasiones por la policía.
Reconozco que la primera vez podía haber motivos: era otoño y yo iba por un parque, litrona en mano y alborotando la hojarasca con los pies. Los tipos ya se habían quedado con nuestras caras (no iba sola) cuando cruzamos justo delante de ellos a dos o tres metros de un paso de peatones. Debieron depensar entonces que teníamos pinta de delincuentes porque nos vinieron detrás y nos esperaron al final del parque. Yo no me había enterado de nada porque iba lo mío, con las hojas, y para cuando llegué a donde ellos estaban ya había depositado en una papelera la botella, que saqué vacía de entre la hojarasca y con la que sin duda ellos me habían visto, por lo cual imagino que les sorprendió que no llegase hasta el lugar tambaleándome y rebuscase torpemente en mis bolsillos cuando me pidieron la documentación, que no llevaba. La siguiente ocasión, y también acompañada, fue hace unos días y por una actividad aún más sospechosa: me hallaba en un columpio y a los agentes les dio la impresión de que iba puesta hasta las trancas, de modo que al bajar del mismo y dar media vuelta allí que estaban, pidiendo los papeles y preguntando por las drogas. Yo, que soy un poco bocachanclas, les dije soy así de normal y que no llevaba drogas ni documentación. Uno de ellos me miraba atónito, cavilando quizás acerca de si se puede multar a alguien por parecer una traficante o una loca, o ambas cosas a un tiempo. Yo, la verdad, me puse en su lugar; el hombre solo hacía su trabajo y reconozco que no es muy habitual que unos adultos dediquen su tiempo libre actividades tan impropias de su condición como juguetear con las hojas secas o divertirse en un columpio. Sé de buena tinta que hay ocupaciones más acordes a mi edad como fundir la visa en unos grandes al almacenes o rentabilizar el tiempo libre haciendo cursos de idiomas o de formación laboral. O incluso ponerse los guantes de goma y montar el zafarrancho en casa, limpiando sobre limpio; pero a algunos lo que nos va es hacer el tonto, sin molestar y sin gastar dinero. Y sin papeles además, que ya es el colmo del colmo de los colmos. Bien claro me lo dijo el policía: que si un día voy sola y me sucede algo tengo que llevar un documento para que, quien me encuentre, pueda saber quién soy.
No me molesté en explicarle que lo que nunca olvido cuando salgo sola son el bastón y la navaja. Por si me tropiezo con alguno de esos locos que no levantan hojarasca ni juegan en los columpios pero que más de una vez me han hecho temer que pudiera, como dice el agente, “sucederme algo”.
En los últimos meses he sido interceptada en dos ocasiones por la policía.
Reconozco que la primera vez podía haber motivos: era otoño y yo iba por un parque, litrona en mano y alborotando la hojarasca con los pies. Los tipos ya se habían quedado con nuestras caras (no iba sola) cuando cruzamos justo delante de ellos a dos o tres metros de un paso de peatones. Debieron depensar entonces que teníamos pinta de delincuentes porque nos vinieron detrás y nos esperaron al final del parque. Yo no me había enterado de nada porque iba lo mío, con las hojas, y para cuando llegué a donde ellos estaban ya había depositado en una papelera la botella, que saqué vacía de entre la hojarasca y con la que sin duda ellos me habían visto, por lo cual imagino que les sorprendió que no llegase hasta el lugar tambaleándome y rebuscase torpemente en mis bolsillos cuando me pidieron la documentación, que no llevaba. La siguiente ocasión, y también acompañada, fue hace unos días y por una actividad aún más sospechosa: me hallaba en un columpio y a los agentes les dio la impresión de que iba puesta hasta las trancas, de modo que al bajar del mismo y dar media vuelta allí que estaban, pidiendo los papeles y preguntando por las drogas. Yo, que soy un poco bocachanclas, les dije soy así de normal y que no llevaba drogas ni documentación. Uno de ellos me miraba atónito, cavilando quizás acerca de si se puede multar a alguien por parecer una traficante o una loca, o ambas cosas a un tiempo. Yo, la verdad, me puse en su lugar; el hombre solo hacía su trabajo y reconozco que no es muy habitual que unos adultos dediquen su tiempo libre actividades tan impropias de su condición como juguetear con las hojas secas o divertirse en un columpio. Sé de buena tinta que hay ocupaciones más acordes a mi edad como fundir la visa en unos grandes al almacenes o rentabilizar el tiempo libre haciendo cursos de idiomas o de formación laboral. O incluso ponerse los guantes de goma y montar el zafarrancho en casa, limpiando sobre limpio; pero a algunos lo que nos va es hacer el tonto, sin molestar y sin gastar dinero. Y sin papeles además, que ya es el colmo del colmo de los colmos. Bien claro me lo dijo el policía: que si un día voy sola y me sucede algo tengo que llevar un documento para que, quien me encuentre, pueda saber quién soy.
No me molesté en explicarle que lo que nunca olvido cuando salgo sola son el bastón y la navaja. Por si me tropiezo con alguno de esos locos que no levantan hojarasca ni juegan en los columpios pero que más de una vez me han hecho temer que pudiera, como dice el agente, “sucederme algo”.
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