CHALECOS AMARILLOS
En una de mis vidas anteriores visité el país vecino con cierta frecuencia. No iba de turista sino de invitada con lo cual practiqué eso que los profesores de idiomas llaman la “inmersión lingüística”, que viene a consistir en que, puesto que nadie habla tu lengua, o aguzas los sentidos o te quedas a dos velas, de modo que en unos pocos días eres capaz de desenvolverte con cierta habilidad y hasta te puedes integrar en las conversaciones, siempre con retraso puesto que para charlas hace falta una agilidad mental de la que uno no es consciente hasta que no sale de la tierra de Cervantes.
Pero a lo que iba. Como todo extranjero, resulté pintoresca y mucha gente se interesó por mí. Me preguntaban cosas en torno a mi país, a las costumbres, al jamón serrano, a la situación de Cataluña e incluso a la cerveza San Miguel, que es allí una pócima bastante valorada de la que los gabachos (doy fe) hacen buen acopio cuando van hacia Bardenas. Yo les explicaba lo que estaba a mi alcance, consciente de la gran responsabilidad que supone hablar en nombre de un país desconocido del que solo se sabe a través de las noticias y del mundo audiovisual. No hacía mucho que habían tenido lugar las movilizaciones del 15 M y querían saber si esa semilla había germinado y si esos acontecimientos eran señal de que los españoles íbamos a empezar a preocuparnos de lo realmente importante. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de que estaban orgullosos de sí mismos: de su país, su identidad y su cultura. Pero, del mismo modo que se enorgullecen de sus tradiciones y de la grandeur, y siempre en petit comité, son capaces de criticar duramente al poder y las instituciones. Y de echarse a la calle en cuanto consideran que el gobierno se está pasando cuatro pueblos. De hecho, la anfitriona de una cena a la que asistí me confesó, un tanto avergonzada, que en Francia la gente se quejaba de todo. Incluso, me dijo, en la región de Marsella se habían convocado manifestaciones para protestar por el diseño de las placas de matrícula de los coches. Que, por cierto, fue modificado a raíz de dichas movilizaciones.
Me acuerdo mucho estos días de esa confesión. Del azoramiento de la mujer, que casi se excusaba por el carácter levantisco de sus compatriotas. Me acuerdo estos días, a punto de pasar la ITV de mi coche de gasoil que no sé lo que me va a durar, racionando el consumo de calefacción porque el gobierno ha vuelto a subir el kilowatio y consciente de que nadie va a mover un dedo. De que si se hace algo van a ser “los de siempre”. Y que como son cuatro nadie les va a hacer caso. Me acuerdo de ella cuando escucho la sentencia de “La manada”, cuando pienso en Urdangarín, cuando me llega la factura del teléfono. Me acuerdo de ella cuando el país se paraliza con un Barça-Madrid. Cuando la audiencia nacional interviene para parar una huelga de futbolistas...
Me acuerdo de ella. De ella y de esa última visita al país galo, cuando los currelas del Ikea y Leroy Merlin andaban alborotando Paris por el tema de las condiciones de las aperturas en festivo. Me acuerdo de ella. Y casi soy yo la que ahora se avergüenza cada vez que abro el maletero y veo mi chaleco amarillo, cuidadosamente doblado y metido en una funda.
No sé... tal vez tengamos lo que merecemos.
#SafeCreative Mina Cb
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