ALZHEIMER
26 de diciembre de 2018
Hoy hace cinco años que llevamos a papá a la residencia. Recuerdo perfectamente esa mañana. Cuando llegué a la casa de mis padres, mi madre y mi hermano lloraban en el sofá mientras mi hermana preparaba la maleta y papá deambulaba por el pasillo vestido de domingo sin tener ni idea de lo que se avecinaba. Mamá ya se lo había avisado alguna vez, cuando se ponía violento y le gritaba. Había aguantado pero el día en que la agarró del cuello fuertemente se asustó. Nos reunimos todos y barajamos varias soluciones. Cuando tu madre te cuenta que tu padre, que siempre ha sido un buen hombre, la ha cogido por el cuello, te vienen a la cabeza todos esos casos de viejecitas a las que sus maridos asesinan tras una vida juntos y sin que, según manifiestan los vecinos al periodista de la tele, nadie hubiera podido sospechar que el hombre era violento. Entonces lo entiendes: entiendes esas muertes sin sentido. Lo entiendes cuando ves en el cuello de tu madre las huellas de los dedos del hombre que te contaba cuentos de pequeña. Es entonces cuando rebobinas y te das cuenta de que ese hombre hace tiempo que partió para no volver jamás. Y que ya nada se puede hacer salvo acompañarle en el camino. Y que a veces, con estas vidas que llevamos, no es posible acompañarle todo el tiempo y hay que delegar y dejarlos en manos de personas que saben cómo hacerlo.
Cuando escucho los juicios de quienes dicen que las residencias sirven para abandonar a los ancianos me cabreo. Y mucho además. A lo mejor es porque en los casos que yo conozco los ancianos no han sido abandonados. O a lo mejor es porque en esta zona la atención que se da a los residentes es extraordinaria. Y también me cabreo porque sé muy bien lo difícil que resulta decidir sacar de casa a un familiar cuando ya no eres capaz de atenderlo en condiciones. Decidir internar a un ser querido es algo que requiere una meticulosa reflexión, puesto que cuando los afectos intervienen el sentimiento de culpa se convierte en el protagonista principal; nos vemos a nosotros mismos como ingratos, como egoístas, como delincuentes. Pensamos que nadie puede cuidarlos, atenderlos, quererlos como nosotros... pero no es así; desde luego que nadie los puede querer como nosotros, pero sí que los pueden atender y cuidar muchísimo mejor de lo que lo haríamos nosotros. Y con un mimo, una dedicación y una paciencia conmovedores. Y no solo a ellos, sino a toda la familia. De hecho, creo que lo que más me sorprendió desde el primer momento fue precisamente eso: el cariño y la ternura, la empatía y esa proximidad tan necesarias cuando el desamparo se hace tan presente como en esas situaciones.
Pasamos allí poco más de dos años a lo largo de los cuales no nos faltaron jamás una sonrisa, un abrazo o una palabra amable; sobre todo en el transcurso de los últimos días de vida de mi padre, que se fue, me consta, rodeado de cariño.
Es por ello que hoy, cinco años más tarde de aquel día de miedos, llantos y maletas, redacto esta carta de agradecimiento para quienes nos atendieron, de consuelo para quienes ahora mismo están en la situación en que nosotros estuvimos y de apoyo para quienes están pasando por el doloroso trance de tomar una decisión como la que nosotros hubimos de tomar.
#SafeCreative Mina Cb
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