viernes, 30 de agosto de 2024


 

ABANDONAR UNA MUÑECA

Creo que hay pocas cosas que me conmuevan tanto como la visión de una muñeca abandonada. No sé, tal vez sea porque fui criada por padres de posguerra (de los que habían perdido encima) y las muñecas no abundaban en las casas de la gente humilde por aquel entonces. A mí me tocó una Nancy, que era el juguete femenino de mayor glamour, tras de mucho rogar, y aún encima vino con flequillo, cosa que la desacreditaba bastante ante mis inocentes ojos y que me costó algún que otro berrinche inútil, porque mi madre era de las de corazón de acero en esos temas. Ya para la comunión vino la sin flequillo, pero en la intocable caja, que era como no tenerla porque no la pude tocar hasta que la otra estuvo completamente destrozada (o eso pensaba yo, porque la guardé por pura nostalgia ya hace unos años se la regalé a una amiga coleccionista que le hizo una reconstrucción que ríete de la Cher).

En cuanto a Nenucos, Barriguitas y demás eran inalcanzables. O casi, porque a mi hermana le dio por ponerse a coleccionar los segundos y el dormitorio se llenó de figuritas de goma a una edad en la que yo ya prefería lloriquear el mal de amores releyendo a Bécquer. Por no hablar de la Barbie, que en los setenta fue un lujo asiático que solo los más ricachones podían permitirse. Y en cuanto al fondo de armario de mi Nancy, provenía en su mayor medida de prendas de factura doméstica confeccionadas con retales de cortinas. Que menos da una piedra.

Amé, sin embargo, a aquellas dos muñecas (la comulganta también acabó engrosando la colección de mi amiga) todo lo que puede amarse a un ente inanimado y creo que incluso más. Y he de decir que el hecho de vestirlas, peinarlas o acunarlas no me creó ninguna inclinación concreta ni despertó en mi vientre el tan cacareado instinto maternal. Más bien pasé un puñado de veranos inventando mil vidas diferentes para ellas junto a mis vecinas de la calle Carmen Alta. Lo que no nos impidió participar en carreras de bicis, en partidos de fútbol o en épicas aventuras subidas a los carros de los vecinos agricultores.

Igual es por eso, ahora que reflexiono. Lo de que me conmueva tanto el hecho de ver una muñeca abandonada. Igual es un latigazo de nostalgia, una triste impresión del escaso valor que ahora tienen los objetos y de lo mucho, lo muchísimo que supimos valorar lo poco que teníamos.

Creo que me estoy haciendo muy mayor.

#SafeCreative Mina Cb 

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