miércoles, 22 de mayo de 2024


 

SECRETO

Yo de verdad que no sé cómo lo hacen los curas. Con lo del secreto de confesión. Bueno, ni ellos ni los abogados. Ni los banqueros, que esos sí que tienen que cobrar más por lo que callan que por lo que saben. Porque anda que no tienen que entrarte ganas, cuando ves al matrimonio Peláez poniéndose de marisco hasta las trancas, de subirte a la mesa y gritar a todo el comedor que deben hasta las bragas. Porque mira, lo de los curas en estos tiempos pues a ver… son pecadillos. Que si me toco, que si pienso, que si he desobedecido a mis padres (esto en el caso de los catequistas de primera comunión). Nada que ver con el “Yo confieso” de Alfred Hitchcock, que menuda angustia la del reverendo, desde luego que eran otros tiempos. Y luego los camareros, que a esos la peña cuando va mamada les cuenta su vida y luego se pegan años sin asomar el morro por el bar. Y eso cuando el señor Peláez no aparece dos veces en la misma noche, la primera con su legítima y la segunda, rayando el cierre, con una veinteañera que quita el sentido. Y al día siguiente, a la hora del vermú, hay que servirle el Martini a la señora como si uno estuviera en Disneylandia.

Lo dicho: que admiro profundamente a quienes son capaces de guardar un secreto de los gordos. No un secretillo de esos de chichinabo que no lleva a ninguna parte, no: un secreto en condiciones, con mayúsculas, sólido e importante. Que igual es por eso que los paparazzis dicen que suelen escarbar en la basura buscando, qué sé yo, pruebas de embarazo positivas. Que vaya tontería porque, si le dan una vuelta, con meterse a sacerdotes lo sabrían todo sin tener que andar hurgando en los contenedores.

¿Y todo esto para…?

Ah, sí… Pues que sé algo que no puedo decir.

#SafeCreative Mina Cb

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