viernes, 23 de febrero de 2024


 

CORELLA-TUDELA

Los almendros ya están en flor y me sigo liando al salir de la rotonda. Mis viajes más frecuentes datan de los tiempos de la Escuela de Artes, cuando había que sacar la cabeza por la ventanilla en el cruce las mañanas de niebla para saber si venía alguien. Y antes ni me acuerdo. Me acuerdo, eso sí, de la casa grande y de las muñecas abandonadas en aquel pinar. Y de las comuniones. Y después, y ya tras esas vidas, la algarabía de las bodas y alguna tarde con los tíos de Francia cuando se acercaban por allí. Y después las escapadas con mi madre a por los roscos de San Blas y ese paseo turístico que me daba por el barrio de su infancia, contándome siempre la anécdota del padre de la novia a la que el novio plantó unos días antes de las nupcias, que cuando oyó a los vecinos lamentarse de que se iban a perder las pastas del convite, salió a la calle y echó a rodar los dulces por la cuesta al grito de “¿No queríais pastas? ¡Pues ahí las tenéis!”


Pienso en eso y en otras muchas cosas. En las mujeres de mis primos aguantándose las lágrimas. O en la carta que me ha dictado por watsap una de las francesas para ella. Y en los nietos, tan mayores, y de los que tan orgullosa se sentía. Pienso en una vida como tantas, con sus pequeñas y humildes dichas y desgracias. En la suerte de no haber conocido entre los suyos muertes prematuras y en esa fuerza que la acompañaba a todas partes, y que era herencia recibida por las tres hermanas. Y pienso en esa tarde de verano en que yo acababa de teñirme el pelo y nos metimos mi madre y yo en el coche y ellas nos esperaban en un bar de la plaza. Y en esa foto que se hicieron, la última juntas sin saberlo (casi nunca se sabe), las tres con el cabello blanco, reconciliadas con ellas y con la vida misma, celebrando la suerte de estar vivas.


Pienso en todo ello y sobre todo en el amor. Y en los aciertos y los desaciertos que influyen en la existencia de los nuestros. Y mientras aparece en el paisaje la amarilla alfombra de colzas que va cubriendo la falda del Corazón de Jesús rompo a llorar al darme cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. Rompo a llorar no sé si de tristeza por todo lo perdido o de alegría por todo lo vivido. Y al girar el volante para hacer la maniobra de aparcamiento me brota del corazón un gracias tan grande como el propio monumento que preside mi barrio.

 Un gracias a la vida. 

A tu vida, tía, que tanto amor ha dejado dentro del corazón de quienes te conocimos.



#SafeCreative Mina Cb 

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