miércoles, 11 de septiembre de 2019




VERGÜENZA AJENA

Últimamente me encuentro cada vez con más gente que me devuelve la esperanza. Hace poco, un amigo me confesaba, un tanto avergonzado, que había oído hablar sobre el cambio climático a un grupo de chavales que se apostaron en su portal para, según pensaba él, fumarse un peta. Y que se quedó flipando. Del mismo modo que otra conocida, que me contaba que su hijo había tenido una pelotera tremenda con el abuelo por el asunto del calentamiento global. Que se subió a la parra y el abuelo le dijo que no era para tanto y el chaval le replicó que sí lo era. Y por otro lado, este finde alguien de mi edad sentenciaba que lo de la destrucción del plantea no tiene remedio, que está harto de recoger basura por el campo y encontrárselo a los cuatro días lleno de desperdicios. Y yo le dije que tal vez lo que sucede es que es necesario que nuestra generación desaparezca, porque somos unos guarros sin conciencia, y que toda esta chavalería inculque sus novedosos valores medioambientales a sus hijos para que, como está pasando con el tema de la igualdad de sexos, la peña se vaya dando cuenta de que esto no puede cambiar solo.

Y ahora, por favor, mirad la foto. Mirad a este chaval y lo que tiene tras él. 

Es plástico. Bolsas de plástico. Más de dos mil, alineadas y pegadas hasta formar lo que él nos describió como afluentes de un río de plástico que descansa bajo sus pies. Este chico, mejicano de nacimiento, concibió esta idea para participar en un concurso en el que quería rendir homenaje a nuestro río. No es la primera vez que alguien de fuera me habla de la fascinación que el padre Ebro ejerce sobre él. Nosotros vivimos aquí, lo tenemos al lado, de vecino. Nos regala peras y alcachofas y melocotones, y a veces se cabrea y nos convierte el casco viejo en un pantano. Pero nos ama, porque tendría el poder de aniquilarnos y no ha querido hacerlo. Y sin embargo, nosotros lo castigamos con nuestras bolsas, nuestros vidrios, nuestros pesticidas... como si su paciencia fuera eterna y nunca se fuese a cansar de nuestra falta de consideración.

Él se dio cuenta. Este chico digo. Y quiso por ello construir un río de plástico bajo el cual enterrar nuestra basura. Él mismo, junto a un grupo de voluntarios, recogió los desechos. Llenaron dos contenedores. Y después, se trajo una pequeña parte de toda esa porquería que vertemos en el río que nos da las alcachofas y la colocó en en suelo de un palacio. Bajo el agua plástica. Para concienciarnos. 

A nosotros.

Él, que ni siquiera vive aquí.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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