LA CITA
Llevaban una eternidad sin verse por las cosas de la vida: trabajos, estudios, familias... Habían postergado esa quedada desde la adolescencia y al fin se decidieron a ponerle fecha. Concertaron la cita en un local muy popular de la cuidad, uno de esos lugares concurridos y bulliciosos de terrazas alegres al tiempo que elegantes, con camareros con fajín y chaleco de los que te tratan de usted y te ponen la cuenta en una libretita.
Por eso reservaron, y con tiempo. Porque esa terraza tenía lo suyo y era una ocasión especialísima: la idea era tomar allí el aperitivo y luego entrar al suntuoso comedor a degustar un buen menú. Y más tarde las copas y el café y una tertulia inacabable de nuevo en el exterior.
Insistieron, al hacer la reserva, en que bajo ningún concepto permitieran que la mesa fuera ocupada por otras personas. No podían precisar el momento de la llegada puesto que cada uno venía desde un lugar distinto, por lo cual adelantaron una cantidad nada módica con el fin de asegurarse los mejores asientos, que eran aquellos que se hallaban próximos al borde de la acera y desde los que se podía contemplar el devenir de las gentes que iban y venían por el paseo arbolado disfrutando del sol de la mañana.
Lo de la mecedora fue una excentricidad que el propietario del local tuvo a bien consentirles, siendo quienes eran y teniendo en cuenta que se trataba de una ocasión tan especial y que, vista la cantidad que habían pagado por la reserva de la mesa, auguraba unos buenos ingresos en cuanto a la comida y las copas de la sobremesa. Y luego ya se sabe, si esta gente de pasta se va contenta te recomiendan a sus conocidos... que también tienen parné.
Cuando cambió el ayuntamiento recalificaron el terreno y desaparecieron los árboles. Colocaron asfalto y pusieron la escalera que lleva al barrio alto.
Aquello fue la ruina para el bar.
#SafeCreative Mina Cb
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