REVIVALS
Veo por esta ventana que se prepara una fiesta de seguidores de un bar de los de cuando yo era joven. No es una reunión de antiguos alumnos, que ya resultan lo bastante traumáticas, sino que se trata de un encuentro nostálgico en que pretenden juntar a un buen puñado de los clientes de un mítico garito del que yo, por cierto, era más que asidua.
Se trataba de un antro postmoderno de esos en los que el pinchadiscos se iba a Londres a por los vinilos y, por tanto, podías escuchar cosas que no se oían ni en la Radio tres de entonces, que era mucho más pijolandia que la de hoy en día. El chaval, me imagino que para rellenar la maleta, se traía también ropa extravagante que debía de repartir entre los camareros y no pocos clientes, puesto que allí el personal iba siempre a la última. Había muchos gays y se montaban fiestas, y yo pasé allí no pocas madrugadas echando a puerta cerrada mil penúltimas junto a un amigo que hablaba poco y observaba mucho. Tengo buenísimos recuerdos de ese tiempo: del desfile de heavys, punkis y modernos colándose por la puerta; de las chupas y foulards; de las crestas y tupés... y de toda la gente a la que conocí en ese lugar. De los ratos que pasé, de las risas, de las charlas, de los bailes, de las partidas de billar y hasta de una noche en que tuvimos que sacar a toda prisa a un amiguete que empezó a despelotarse al ritmo de la música.
No eran colegas. No eran compañeros de trabajo. No eran ex alumnos de primaria. Era gente que decidió beberse los ochenta a tragos y que, en aquel momento, vivían solo para sí mismos, sin parejas estables ni hipotecas ni trabajos de mierda ni préstamos para las vacaciones en Japón. Vivían por y para el disfrute de la vida, sin pensar aún en el colesterol o el cáncer y sin un futuro que fuera más allá del paracetamol de la resaca.
Y por eso prometo que he de estar ausente. Porque aunque disfruté ese tiempo como si no hubiera después, aquello se acabó. Y no quiero asistir al espectáculo de ver bailar a esos fantasmas al ritmo de las copias remasterizadas en Spotify de temas que en su día devoré con los oídos. Verlos, calvos y teñidas, jugando a ser jóvenes y bebiendo gintonics de diseño y cerveza sin alcohol como si no hubieran pasado treinta años y repitiendo continuamente esa frase de “Nosotros sí que sabíamos divertirnos y no esta gente de ahora, que están todos enganchados de los móviles”.
Me niego. Paso. Me da yuyu. Porque nunca segundas partes fueron buenas y porque el DeLorean de Michael J. Fox tiene que estar ya para el desguace.
#SafeCreative Mina Cb
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