LA DISTRIBUCIÓN DEL DISCO DURO
El otro día hablaba con alguien acerca de esas rencillas tontas e irreconciliables que hacen que perdamos la relación con personas que en su día fueron importantes para nosotros y que, además, extendamos esta inquina hacia quienes nos rodean, privándoles a sí de conocer a esas gentes y de juzgar por sí mismos. Y de cómo, y en el caso de que estos conflictos se produzcan en el entorno familiar, ese aislamiento afectivo nos puede abocar a arrojarnos, en la edad adulta, en brazos de cualquiera con tal de que nos den unas migajas de amor en lugar de buscarlo dentro de nosotros mismos, que es donde se halla.
Esto me llevó a pensar que, a menudo, el disco duro se llena de material innecesario y pernicioso que se va comiendo el espacio en el que deberíamos guardar hermosos recuerdos y emociones positivas. Y no pretendo con esto dar un discurso zen de esos de pon la otra mejilla y ama a tu enemigo. Simplemente pretendo expresar que considero inútil guardar basura en la cabeza. Que me parece que, igual que en casa nos desprendemos de las espinas del pescado después de haber disfrutado de su carne para que la cocina no se nos llene de gusanos, con la cabeza deberíamos hacer igual. Que a veces esas rencillas irreconciliables son bobadas y se puede pasar página y seguir frecuentando a esa persona, respetando nuestras diferencias, o bien la cosa no funciona y hay que distanciarse, o incluso mandarla a hacer puñetas si se ve que nos altera cada vez que la tenemos cerca. Que eso es como los matrimonios; que si no puede ser lo mejor es dejarlo y a otra cosa mariposa. Que la vida es muy corta como para andar perdiendo el tiempo. Y por eso a veces hay que poner en su lugar a esas personas y olvidar el mal rollo, abriendo las ventanas del cerebro para que entre el aire y salgan de paso esos gusanos malolientes que acabarán, si no, por invadir hasta el más bello rincón de la memoria.
#SafeCreative Mina Cb
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