LAS CASAS BARATAS
Vivir en las casas baratas eran palabras mayores porque aquel barrio no tenía de nada y estaba a tomar por el culo de lejos además. Menos mal que el padre Lasa era terco como una mula y gracias a su tesón fue consiguiendo que la modernidad llegase al barrio. Quienes le conocieron dicen que se aposentaba ante los despachos de la gente influyente y no se iba de allí hasta ser recibido y escuchado. Y que llegó a quitarse la camisa para dársela a algún necesitado. Aunque igual son leyendas, no lo sé.
Lo que sí sé es que el Barrio era el extrarradio del extrarradio del extrarradio: no había farolas y las calles estaban sin pavimentar. Mis padres regentaban entonces una tienda de cortinas en la que se vistieron una buena parte de las ventanas de esa zona, y recuerdo una noche en que, yendo yo con mi padre, la dos caballos encalló en un charco de lodo y no sé ni cómo llegamos a cenar, porque aquello parecían arenas movedizas dispuestas a engullirnos.
Ese fue mi primer contacto con el Barrio. Porque allí había hasta escuela y, de no ser porque hubiera amistad entre los padres, era prácticamente imposible que los niños coincidiéramos. No eran tiempos tan peligrosos como estos, pero ninguna madre con dos dedos de frente dejaba a su retoño atravesar la ciudad de punta a punta ni de Norte a Sur ni de Sur a Norte. Y más teniendo en cuenta que la mayoría de los pobladores fueron gentes venidas de otras partes del país durante los años del resurgir económico posterior a la posguerra. Desconocidos en resumen.
Claro que aquellas diferencias empezaron a limarse primero entre los estruendosos bafles del Aladino y más tarde en la ETI, Jesuítas y el Instituto. Fue entonces cuando todos nos juntamos y las cuadrillas empezaron a mezclarse, y se formaron parejas mixtas en las cuales los chicos, que entonces acompañaban a la novia a casa por la noche, andaban cada dos por tres de romería por la escalinata de la Torre Monreal. Que creo que por eso algunos se casaron tan pronto, que lo que gastaban en hipoteca lo ahorraban en suela de zapato. Nos dimos cuenta entonces de que no éramos tan distintos, más que nada porque, para cuando el encuentro se produjo, las calles ya estaban asfaltadas y había farolas, oficinas bancarias, supermercados, un cine y dos iglesias. Fue precisamente la parroquia de San Juan la que se convirtió en el motor sociocultural de la zona, sacándose del sombrero las fiestas y con ellas el que sin duda es el elemento más popular del Barrio de Lourdes: el Paloteado de San Juan, que en sus inicios se celebraba el mediodía del domingo, a pleno sol y con una resaca fabulosa, porque las del Barrio eran unas fiestas animadas a las que los cascoviejícolas nos apuntábamos con el mismo entusiasmo con el que, una semana más tarde, celebrábamos las nuestras, en las que acogíamos amorosamente a los pobladores de allende la Avenida Santa Ana.
Hoy el Barrio ya no es el extrarradio del extrarradio del extrarradio. Es una barriada accesible, moderna y populosa con comercios, festivales de cine y centros culturales. Lejos quedan ya los años en que mis amigas se hacían acompañar porque les daba miedo subir a casa solas y me da que el día menos pensado, como no les pongan la biblioteca y el ambulatorio de una puñetera vez, los vecinos del Barrio van a convocar un referéndum para independizarse del resto de la ciudad... aunque, y pese a la modernidad, el asfalto y las rotondas, algunos de los pobladores sigan anunciando, cada vez que enfilan la curva de Padre Lasa con la Avenida de Santa Ana, la setentera y nostálgica frase de:
“Me bajo pa Tudela”
Inma Benítez
Imagen: Jose Antonio Tantos Montejo
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