viernes, 7 de septiembre de 2018

No hay texto alternativo automático disponible. 




ADAPTANDO, QUE ES GERUNDIO

Yo nací en Diciembre de modo que empecé a ir al cole a los tres años. Y si ahora soy pequeñita imaginad entonces: un ratoncillo con una bata rosa al que la profesora sentaba en sus rodillas porque le daba pena verlo tan chiquito, me imagino. Hasta que la pobre se dio cuenta de que yo me abrochaba los botones, me ataba los zapatos y hasta iba y volvía sola (menos de 200 metros y sin coches hasta mi domicilio) ya que mamá y papá curraban como enanos. A la salida del cole mi hermano y yo nos íbamos a casa (cada uno por su lado), nos preparábamos el bocata de la merienda, hacíamos los deberes y luego nos bajábamos a jugar a la calle hasta que mis padres volvían del trabajo y nos llamaban para cenar, ver la tele un ratito y a la cama de nuevo. Y así todos los días hasta que llegó el momento de ir al Insti, que entonces estaba a tomar por culo de lejos y además no había aceras. Y como éramos pobres no nos daba para el bus. Pero le echábamos valor y salíamos de casa media hora antes; quedábamos con algún vecino y por el camino nos íbamos juntando con más peña, de modo que para cuando llegábamos a clase nos habíamos convertido casi en pelotón. Los de fuera comían en el centro y a esas horas no había tráfico, pero a la mañana los autobuses nos pasaban rozando las maletas. Hasta corrió el rumor de que un vehículo rojo de hojalata le había arrancado la oreja a un estudiante, pero yo no vi jamás a nadie mutilado, así que nunca le di crédito a la anécdota. El horario lectivo era de mañana y tarde, de modo que a lo tonto a lo tonto nos pegábamos dos horas desgastando zapatilla. En el trayecto te cruzabas con los de la ETI y Jesuítas, que iban en dirección contraria, y he de confesar que yo llegué a entablar conversación con personas a las que jamás hubiese hablado de no darse esos encuentros. Hasta nos poníamos falta cuando no nos tropezábamos en varios días, y preguntábamos a amigos comunes por el desaparecido, como hacen las viejecitas en el ambulatorio, no vaya a ser que se hubiera puesto malo.

Pero a lo que voy... que me pongo en plan abuelo Cebolleta y se me va la pinza:

Esta mañana un compañero de trabajo me ha dicho que se ausentaba un rato porque se iba a la guarde. Yo le he mirado raro, no sé... me parece mayor pero oye, cosas más raras se han visto, y me ha dicho que no, que es su chiquillo que está en “periodo de adaptación”. Y yo, que además de nulípara soy un poco gilipollas, le he mirado raro y entonces me ha explicado que el primer día van solo una hora y con el papá o la mamá. Y luego ya más tiempo (no sé si también acompañados) y al final ya solos y toda la jornada. Y yo, que ya conocía el asunto pero sigo flipando como la primera vez que lo escuché, me he visto a mí misma con mis tres años y nueve meses y mi bata rosa, sentada en un pupitre leyendo el Parvulito, recitando los números en francés, haciendo dibujitos y cantando, que es mi pasión oculta pero me reprimo porque me dicen que lo hago fatal, feliz como una perdiz y aborreciendo los domingos porque yo en casa me aburría como una ostra, y me he preguntado cómo me ha sido posible llegar a la edad adulta sin que el abandono paterno, en vez de en una mujer fuerte y autónoma, me haya convertido en una delincuente.

No sé... creo que estoy haciéndome mayor.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

1 comentario:

  1. Yo también soy nulíparo, aunque sí engendrador, y también alucino, como tú, con este tema. Pensándolo bien, creo que los gilipollas son otros pero, claro, yo también soy más mayor que tú. En ciertas ocasiones pienso que sí, que Herodes se equivocó: a quien debiera haber matado es a los padres.

    ResponderEliminar