CALIXTA LA NOVELISTA
Era observadora y fantasiosa. Demasiado fantasiosa incluso para tratarse de una niña. Tenía, además, una fantasía rara, como de narrador de historias de Al Capone. Espiaba a la gente por la calle. En el momento que alguien le llamaba la atención se lanzaba a la tarea: lo seguía discretamente y apuntaba en una libreta que siempre llevaba consigo todas las evoluciones del sospechoso. Y así construía perfiles psicópatas. Y se montaba unas películas tremendas. Sus padres no sabían qué hacer. Estaban hasta el gorro de pagar las multas que la policía les ponía cada vez que la nena llamaba al 112 para alertar de algún presunto asesinato que al final se quedaba en agua de borrajas. Esperaban que aquello se atenuase con el tiempo, pero no hubo forma. La echaron de casa… en fin… no exactamente, pero la alentaron a que se fuera a vivir a la ciudad, se buscase un trabajillo y probase suerte como novelista. Y así lo hizo, pero las editoriales no tenían pasta para invertir en nuevos escritores. De modo que se matriculó en la facultad de periodismo y al poco de obtener el diploma la contrataron como becaria en un diario de renombre. Pero se inventaba finales para las noticias y al final su sección era un sindiós. Eso sí, tenía lectores a millares. Lo malo fue que el redactor jefe se acabó mosqueando porque un señor de Burgos al que pillaron robando un sobre de sopa en un supermercado se había convertido, por obra y gracia del magín de Calixta, en el enemigo público número uno y les metió una demanda que por poco les cierran para siempre el chiringuito. Al director al fin no le pasó nada, pero a la reportera le metieron un paquete del quince y tras un juicio que fue un circo mediático la encerraron en el trullo. Y ahí está, tecleando seriales tenebrosos que los editores le quitan de las manos. Dicen que ha firmado un contrato escandaloso. Y que le han reducido la condena.
Por cierto: sus padres están muy orgullosos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Monica Mónica Carretero Ilustradora
Era observadora y fantasiosa. Demasiado fantasiosa incluso para tratarse de una niña. Tenía, además, una fantasía rara, como de narrador de historias de Al Capone. Espiaba a la gente por la calle. En el momento que alguien le llamaba la atención se lanzaba a la tarea: lo seguía discretamente y apuntaba en una libreta que siempre llevaba consigo todas las evoluciones del sospechoso. Y así construía perfiles psicópatas. Y se montaba unas películas tremendas. Sus padres no sabían qué hacer. Estaban hasta el gorro de pagar las multas que la policía les ponía cada vez que la nena llamaba al 112 para alertar de algún presunto asesinato que al final se quedaba en agua de borrajas. Esperaban que aquello se atenuase con el tiempo, pero no hubo forma. La echaron de casa… en fin… no exactamente, pero la alentaron a que se fuera a vivir a la ciudad, se buscase un trabajillo y probase suerte como novelista. Y así lo hizo, pero las editoriales no tenían pasta para invertir en nuevos escritores. De modo que se matriculó en la facultad de periodismo y al poco de obtener el diploma la contrataron como becaria en un diario de renombre. Pero se inventaba finales para las noticias y al final su sección era un sindiós. Eso sí, tenía lectores a millares. Lo malo fue que el redactor jefe se acabó mosqueando porque un señor de Burgos al que pillaron robando un sobre de sopa en un supermercado se había convertido, por obra y gracia del magín de Calixta, en el enemigo público número uno y les metió una demanda que por poco les cierran para siempre el chiringuito. Al director al fin no le pasó nada, pero a la reportera le metieron un paquete del quince y tras un juicio que fue un circo mediático la encerraron en el trullo. Y ahí está, tecleando seriales tenebrosos que los editores le quitan de las manos. Dicen que ha firmado un contrato escandaloso. Y que le han reducido la condena.
Por cierto: sus padres están muy orgullosos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Monica Mónica Carretero Ilustradora
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