sábado, 7 de marzo de 2015



IDIOTAS RECONOCIBLES

Creo que la cavidad craneal de algunas personas está muy desaprovechada. Quiero decir que el relleno puede ser el mismo que el de la mayoría de la población, pero algo falla. O bien las volutas cerebrales se hallan vacías de materia gris, o bien en un momento dado de la gestación la masa encefálica se convirtió en tubo de silicona y el pediatra no fue capaz de darse cuenta, seguramente porque para arrimarse a una teta y succionar tampoco hace falta ser Stephen Hauking. Y así existen centenares (qué digo centenares, puede que millones) de seres humanos que pasan por la vida con el cerebro vacío y sin que nadie haga nada por remediarlo. Y lo peor es que no llevan un indicativo, con lo cual, cuando uno se los tropieza en el transcurso de sus actividades cotidianas (el cine, el trabajo, la cola del súper…) los toma por gentes razonables y sólo al cabo de un rato se da cuenta de que son perfectísimos estúpidos. Y no hablo de seres de inteligencia o capacidades limitadas, no… hablo de imbéciles, sin más. Así como lo leen. De ababoles, de tontos del culo, de gilipollas... De idiotas, claramente y con mayúsculas.

Y esta mañana me preguntaba yo (que de vez en cuando pienso y hasta maquino ideas pseudogeniales) que por qué la Naturaleza, que es tan sabia, desperdicia tanto espacio en el cerebro de estos tipos. Quiero decir que para qué gastar materia prima en rellenarlo, venga neuronas y volutas y sustancia gris cuando el interesado no piensa emplear todo eso en su puñetera vida. Y que se me ha ocurrido que igual era mejor que los cráneos de todas esas gentes fueran llenos de agua, o de flores, o incluso de cohetes. Y que dicho relleno les brotase por entre los poros que albergan el cuero cabelludo, o por los caños de la nariz en lugar de los pelillos, o por las orejas. Y que fueran por ahí desparramando agua, y vegetales, y tracas coloridas... Y que los más estúpidos de todos fueran luminosos. Para que se les distinguiera incluso en la negrura de un túnel y cubiertos de carbón. Y de este modo los veríamos venir. Tú te tropezarías por la calle con un tipo en plan cuadro de Archimboldo, la cara rezumando berenjenas y bróculis y sabrías lo que hay... o con un escultural adonis en plan fuente de Versalles, una palmera de agua manando del cogote y te dirías: “qué pena... tan guapo y tan idiota”. Y ya no te molestarías en dirigirle la palabra. Como mucho, te lo llevarías a casa y lo pondrías a la entrada del jardín, junto al sauce llorón, que pega bastante. Y así te ahorrabas el sistema de aspersión. Y de ese modo el imbécil hasta resultaría útil. Por lo decorativo digo. Claro que habría que tener la precaución de guardarlo a cubierto durante las noches del invierno. No vaya a ser que se le congelasen las ocurrencias y a la mañana nos lo encontrásemos convertido en un carámbano. Y vinieran los de la asociación protectora de atontados, una procesión de fuentes, flores, halos luminosos y cohetes, y nos armasen la de dios es cristo en el jardín. Que los idiotas, cuando se juntan, pueden ser muy peligrosos. Y si no, miren ustedes cómo está de mal el mundo. Y todo porque está gobernado por idiotas. Claro que cuando les votamos no nos damos cuenta. Porque ni sacan agua por la cabeza, ni flores por la nariz, ni chispas por las orejas.

Ni resplandecen.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Óleo de Guiseppe Arcimboldo

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