domingo, 5 de enero de 2014




INÉS Y LOS MAGOS
 
No es que fuera tonta como sostenían muchos. Al contrario, era lo bastante lista como para saber que hay preguntas que nunca se deben formular. Y dudas que jamás deben ser expuestas a los adultos. Porque la mente de los adultos es muy diferente a la de los niños, y no sólo por su tamaño sino también por su configuración. Los adultos viven encerrados en una realidad absurda e inmutable; una realidad ridícula, rígida como una regla, hermética como la cabina de un avión. Una realidad sin puertas ni ventanas. Un espacio viciado donde no entran el sol, el aire ni la fantasía.
 
De modo que ella seguía escribiendo su carta a los Reyes Magos cada año, y la entregaba personalmente al paje real, que no se fiaba un pelo de los buzones de las tiendas. Y seguía pidiendo lo que piden los niños, o sea juguetes, el fin de las guerras y un disfraz de princesa. Y cada año seguía vistiéndose con sus mejores galas el cinco de Enero para ir a recibir a sus majestades. Y seguía contemplando la comitiva con los ojos como platos recién salidos del lavavajillas, redondos, transparentes y brillantes. Y seguía agarrando con fuerza la mano de sus padres cuando el rey Melchor abría el imponente desfile, con su barba rizada y su capa de satén. Y seguía dejándose besar por Baltasar, el mago que le tiznaba las mejillas. Y una vez finalizado el espectáculo se iban todos a casa, ella cenaba en silencio y luego se acostaba y trataba de dormir de un tirón.
Nunca se levantó, como habían hecho algunos de sus amigos al escuchar un ruido, a comprobar la identidad de los portadores de los regalos. Nunca preguntó a sus padres cómo era posible que los reyes estuvieran a la vez en Bilbao y en Barcelona. Nunca confesó las sospechas que albergaba sobre el huidizo color de la piel de Baltasar.
 
Nunca dijo nada de eso. Y así, cada mañana del seis de Enero, ella encontraba junto a su zapato sus juguetes y su traje de princesa, mientras que algunos de sus amiguitos, aquéllos que habían tenido la osadía de exponer sus dudas a los adultos, sólo encontraban pijamas, libros y cosas parecidas.

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