LO QUE
NO NOS CONTARON
No es
cierto que el galán cayese al mar, agotadas las fuerzas, víctima del heroico
gesto de salvar la vida de su amada. Y no es cierto que ella guardase desde
entonces aquella joya de la que solo se deshizo en el momento en que viajó
justo hasta el punto donde aquel hombre irrepetible había exhalado su último
suspiro, y dejase caer la cadena para que reposase, ahora sí, plácidamente,
hasta el momento en que sus almas se encontrasen y se fundieran de nuevo en una
sola.
No. No
fue ese el final.
Lo
cierto es que el vagabundo y el prometido de la protagonista se enzarzaron en
una violenta pelea y fue el villano millonario quien acabó cayendo al mar y
ahogándose mientras que los amantes embarcaban en uno de los botes y salvaban
su amor y su vida. Y que una vez en tierra, ella insistió en casarse con él,
pese a las objeciones de toda la familia y amigos que vieron de lejos el
percal. Y que al final su madre aceptó, pero a condición de que el chaval no
viera una perra chica, y que si tan enamorado estaba de su hija se pusiera a
currar en lo que le saliese porque de vivir a costa de la fortuna de la estirpe
ni hablar de la peluca. Así que lo suyo fue realmente contigo pan y cebolla. Y
eso los días que tenían suerte. Ya que, como por aquel entonces la cosa estaba
más bien fastidiadilla y él no era sino un emigrante más bien vago y tarambana sin
formación y sin influencias; un buen dibujante, sí, un artista… pero sin un
mecenas que lo amparase; de modo que lo único que encontraba eran ocupaciones
temporales. Y así llegó un día en que el pasado lo poseyó y empezó a jugar de
nuevo. A veces ganaba llegaba a casa cargado de regalos para su mujer, que como
no era tonta, se mosqueaba un tanto y le preguntaba que de dónde había sacado
el parné. Para entonces las cosas entre ellos ya no eran ni muchísimo menos
como al principio. Ella se ganaba la vida también como podía, vendiendo en el
mercado. Y tomaba avergonzada el dinero que su madre le hacía llegar de vez en
cuando, y que aunque al principio rechazó por orgullo, no tuvo otro remedio que
aceptar en cuanto alumbró a la primera criatura.
Una
mañana despertó y él no estaba. Descubrió abierto el pequeño secreter donde
guardaba los billetes y sus pocos objetos de valor. El canalla había forzado la
cerradura y había tomado no sólo el dinero sino también el collar del corazón
que su prometido le había regalado hacía siglos, una vez que soñó que viajaba
en un trasatlántico de lujo.
Aquél
era el último resquicio que le quedaba del primitivo amor; una reliquia del pasado,
del tiempo en que creyeron poder vencer todas las dificultades, de la época en
que fantasearon con pasar juntos el resto de sus vidas.
Tomó un
puñado de sus escasas pertenencias y a los dos chiquillos y abandonó ese sucio
cuchitril con el firme propósito de no volver jamás. Su madre le decía con
frecuencia que nunca le cerraría las puertas de su casa siempre que no se
presentara con aquel patán al que, en aquel momento, lamentaba profundamente no
haber soltado de la mano, dejándolo caer al helado océano en aquella turbulenta
noche de Abril del año 1912.
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