FLORES
URBANAS
(Nunca
me han interesado el poder ni la fortuna:
lo que
admiro son las flores que crecen en la basura
Fito Cabrales “Feo”)
Fito Cabrales “Feo”)
Hubo un
tiempo, cuando los reyes no disimulaban su delirio por el lujo y la
ostentación, en que los palacios competían entre sí. Fue la era barroca; el
período de los espejos, de las porcelanas, de los relojes…
De los
jardines.
Hubo un
tiempo en que ser jardinero real era un honor para el que sólo unos pocos
estaban convocados. Hubo un tiempo en que las flores llegadas de todos los
rincones de la tierra, los árboles procedentes de los confines del planeta,
embellecieron el escenario en el que se desarrollaban las intrigas que dieron
consistencia a la historia que nos precede, a la civilización en la que, para
bien o para mal, hoy habitamos.
Las
flores han sido siempre objeto de admiración por todas las culturas. Las flores
son bellas y fragantes. Las flores nos reconcilian con nosotros mismos; son la
cara más amable del medio en que vivimos. Son tolerantes con nuestros desmanes,
adornan nuestra vida pese a que nosotros las mutilamos, las pisoteamos y las
envenenamos, fumigándolas con toda clase de productos.
Pero
ellas siguen ahí, hermosas y coloridas, abriéndose a los rayos del sol cada
mañana, alegres y chillonas, omnipresentes y testarudas, llenando nuestra
existencia de dulzura. Brotan en las cunetas, desafiando al incómodo monóxido y
al nauseabundo hedor de los neumáticos calientes; sobreviven en solares
polvorientos, asomando sus pétalos silvestres entre herrajes y cascotes; aparecen a veces, como
en esta ocasión, como mudo testimonio del ayer de los objetos, de la ingratitud
de los hombres, del abandono en suma.
Flores
sin pedigree, flores rebeldes. Flores inoportunas e inquietantes.
Bellas
flores urbanas.
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