LOS
MANITAS DE LA TELE
Veo
poco la tele, lo reconozco. Entre granhermanos, túsiquevales, igartiburus y
políticos soltando trolas hace tiempo que mi aparato acumula montañas de polvo
sobre el mueble del salón. Lo único que despierta mi interés son algunas pelis,
ciertos documentales y sobre todo esos programas que explican el proceso de
fabricación de los objetos. Hablo, naturalmente, de programas de telerrealidad,
esto es, que representan procesos de fabricación auténticos, y no situaciones
ficticias imposibles de llevar a cabo, como en la Bricomanía.
Y es
que yo veo al fulano este empuñando la multiherramienta y me digo:
¿A ver,
este tío dónde compra las cosas que a mí nunca me funcionan igual? ¿De dónde
saca la madera que nunca le salen nudos ni se le astilla?
Porque
a mí, es ponerme a hincar un clavo y tropezarme con un nudo. Y desde luego que
para meter un tornillo primero tengo que usar el punzón. Por no hablar de esas
sierras, esas lijadoras y esos taladros que no producen una mota de polvo, ni
sueltan virutas, ni engorrinan la mesa y el suelo y hacen que se te pegue la
suciedad a las suelas y luego vayas por ahí poniéndolo todo como un cristo. Que
a mí una vez se me ocurrió limpiar las manchas de humedad de un armario con una
lijadora orbital y la habitación parecía la última escena de una película sobre
el fin del mundo; no se veía más que el polvo flotando en el ambiente. Y aún
usando mascarilla estuve una semana
sacando mocos negros.
Pero el
julandrón este no: este se pone a la faena sin guantes ni mascarilla ni nada de
nada. Bueno, para lo único que utiliza protección es para el equipo de
soldadura autógena, que es algo que todo el mundo tiene en su casa, junto al
cajón de las patatas. Pero el resto a pelo. Y ni se da martillazos, ni se pilla
la piel con el alicate, ni se clava la punta del destornillador plano, ni le
salta una astilla al ojo y termina serrando en braille.
Y luego
a ver qué potencia eléctrica tiene contratada el andoba. Porque un amigo mío se
compró un equipo de soldadura en el Alcampo y se le saltaban los plomos cada
vez que lo ponía a funcionar. Que volvió loco al electricista hasta que cayeron
en la cuenta de que el causante del expediente X de su instalación podía ser el
aparato bricolador. Pero les costó lo suyo.
Y ese
tallercito tan relimpio y tan apañado. Que a ver dónde se ha visto que en un
cuartucho tan pequeño le quepan tantas cosas. Y todo a mano y en su sitio. Una
de dos: o este hombre no le deja herramientas a nadie o las que le prestan no
las devuelve. Porque no le falta de nada: tiene brocas para metal, para madera,
para hormigón, para cerámica… y luego no hay elemento que se le resista. Le
pasa como al Arguiñano: que va a la tienda y encuentra de todo: lo mismo te
aparece con una plancha de metacrilato que con una lámina de kriptonita. Y todo
para construir un perchero de diseño. Claro que más tarde te dice, también como
el Arguiñano, que si no encuentras metacrilato puedes utilizar el plástico de
la mampara de baño, y que si no consigues kriptonita te puedes apañar con
plastilina. Así que acabas colocando en el recibidor un adefesio indescriptible
que ni siquiera sirve para colgar una bufanda porque el crío le ha quitado uno
de los remates de plastilina de las patas para hacer un Bob Esponja.
Y, para
colmo, tienes que gastarte un potosí en hacer instalar otra mampara en el baño,
porque la del experimento ha quedado inservible
y ni siquiera tuvieron el detalle, en el mismo programa, de darte un
briconsejo sobre cómo construir una cortina de ducha con las bolsas
reutilizables del supermercado.
Que,
tiempo al tiempo, se les ocurrirá.
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